Informe Ambiental 2022

El desafío de nuestro tiempo: construir una transición ecológica integral

La Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN) presentó el Informe Ambiental 2022, desafíos, análisis, propuestas y experiencias. Compartimos el capítulo: Tejiendo cimientos para el cambio de paradigma socioambiental y productivo

Ambiente 29/06/2022 Hora: 00:00
El desafío de nuestro tiempo: construir una transición ecológica integral
El desafío de nuestro tiempo: construir una transición ecológica integral
Por Erasmo Ruppel

El camino tiene huella agroecológica, el tiempo transcurrido junto al trabajo silencioso e irrenunciable de muchísimas personas, han puesto en perspectiva la cuestión:  el cambio es hoy, la mirada es a futuro. La transición hacia un sistema integral que dimensione la crisis climática, ecológica, económica y social es la materia prima de este informe. 

El reporte anual de la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN): “Cómo construir una transición ecológica integral: el desafío de nuestro tiempo” plantea de manera categórica y certera el horizonte y la horizontalidad en la acción. Una enciclopedia trazada con textos y experiencias en un Informe Ambiental.      

Pía Marchegiani y Andrés Nápoli fueron los compiladores del Informe Ambiental 2022, compartimos con nuestros lectores parte del capítulo Editorial "Un contexto global nuevamente convulsionado: la convivencia y la supervivencia como objetivos comunes", además nos sumamos a la divulgación del capítulo escrito por el Presidente de RENAMA, Marcelo Schwerdt: "Tejiendo cimientos para el cambio de paradigma socioambiental y productivo". Por último para quienes estén interesados en obtener el libro físicamente o bien continuar con la lectura adjuntamos los enlaces pertinentes.

Editorial

"Un contexto global nuevamente convulsionado: la convivencia y la supervivencia como objetivos comunes" 

La agenda ambiental en la Argentina está cada vez más vinculada a la protección de derechos humanos de las presentes y futuras generaciones. Para que esta florezca, es necesario que se construyan sólidos vínculos entre quienes promueven la protección de la naturaleza y quienes viven y se relacionan con ella en los distintos territorios. Del mismo modo, deben fortalecerse los instrumentos que hacen de la democracia un sistema cada vez más participativo.

Más allá de todos los aspectos que al momento de la redacción de este artículo (abril de 2022) resultan aún inciertos, como la proyección sobre lo que podrá pasar en el mediano plazo con los precios de los commodities (en particular, el gas y el petróleo, pero también los alimentos), nuevamente se abre una oportunidad para que la Argentina revise sus estrategias y repiense sus horizontes de desarrollo de cara a las múltiples crisis actuales en sus dimensiones climática y ecológica, económica y social. Vemos con preocupación que, lejos de abrazar las oportunidades que estos contextos de incertidumbre abren para repartir y dar de nuevo, se renuevan los esfuerzos por mantener el statu quo, aun pese a las claras señales de agotamiento.

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El nuevo Informe Ambiental 2022 está disponible vía online y podrán leerlo haciendo  Click aquí

Para quienes deseen tener el libro en su biblioteca, podrán completar el formulario para donar online o podés escribir [email protected]  quiero llenar el formulario

También podrán revivir el evento de presentación en el canal de YouTube:  FARN Argentina

 

Compartimos el capítulo escrito por el Presidente de Renama Marcelo Schwerdt

Marcelo G. Schwerdt

Doctor en Biología (UNS). Director del Centro de Educación Agraria N.º 30 de Guaminí; presidente de la Red Nacional de Municipios y Comunidades que fomentan la Agroecología (RENAMA); ex Director de Medio Ambiente (2008-2016) y Secretario de Turismo, Patrimonio y Desarrollo Rural Sostenible (2020-2021) del Municipio de Guaminí, provincia de Buenos Aires, Argentina.

 

RENAMA:

Tejiendo cimientos para el cambio de paradigma socioambiental y productivo

RESUMEN EJECUTIVO

La agroecología surgió como alternativa productiva al modelo hegemónico basado en insumos de síntesis química. A un lustro de las primeras propuestas que dieron masividad a esta fuerte demanda social, hoy es una certeza que resiste cada vez menos discusiones como práctica respetuosa del ambiente y de la vida, y como actividad rentable para los productores. Lo vertiginoso de su crecimiento trae esperanza en momentos de crisis de la humanidad. Planes de disminución para el uso de plaguicidas y el desarrollo de herramientas que acompañen y sostengan los procesos de transición hacia la agroecología definirán el plazo en que el cambio de paradigma supere el punto de no retorno. El reverdecer del campo traerá consigo la vuelta de la población para saldar el desarraigo constante de las últimas décadas. Esto implica un florecimiento de emprendimientos con impacto tanto laboral como en la accesibilidad alimentaria para las comunidades, que promoverá así un desarrollo más armónico del territorio nacional.  

 

Las motivaciones del inicio 

A principios del nuevo siglo, se profundizó la búsqueda de superar conflictos recurrentes en diferentes regiones de la Argentina, desprendidos principalmente de la nula regulación que tiene la actividad agrícola en las zonas periurbanas. Una de las principales consecuencias es que esto afecta la salud de los vecinos y vecinas de los barrios periféricos. En este punto, la situación entró en un estado de ebullición que promovió las primeras ordenanzas municipales para la regulación del manejo y el uso de agroquímicos, y, en algunos casos, la judicialización de estas prácticas agrícolas basadas en la aplicación de venenos. En algunas localidades, la expansión urbana y la búsqueda de un ambiente de campo, a priori asociado con una menor contaminación, se chocaron con el desencanto de encontrar un modelo agroindustrial tanto o más contaminante que el del medio urbano. En muchas otras localidades del interior profundo donde el desarraigo y el despoblamiento han sido la contraparte indivisible del modelo hegemónico, la discusión y la visibilización de las problemáticas asociadas a las nuevas tecnologías del agro desenmascararon de inmediato a las “buenas prácticas agrícolas”, que, con sus máscaras, mamelucos, guantes y botas de manual y con sus eslóganes, contrastaban con la realidad de cada campo, donde había operarios sin remera, en pantalón corto y alpargatas, obviamente sin guantes ni mínimas posibilidades de higienizarse. 

La inexistencia de zonas de prevención que resguarden la salud pública impidiendo la aplicación directa de pesticidas sobre los vecinos fue la primera alerta, que luego se escuchó en las escuelas rurales, periódicamente pulverizadas en días y horarios escolares, y continuó con la aplicación de las mezclas de plaguicidas en inmediaciones de pozos de agua destinados al consumo humano, al igual que sobre márgenes de arroyos, lagunas, reservas de biodiversidad y banquinas de caminos.    

Así, el debate público de esta problemática que pretendía situarse en el eje productivista empezó a encuadrarse en los principales reclamos de cuidado de la salud colectiva, promoviendo una creciente conciencia sobre el impacto de los plaguicidas. En este punto, jugaron un rol indispensable médicos e investigadores de la ciencia digna, inspirados en el compromiso para con el pueblo que inculcó el doctor Andrés Carrasco a través de sus acciones y publicaciones, como la coyuntural de Paganelli y otros (2010). Carrasco no dudó en abandonar el confort de su estatus dentro del sistema científico argentino para atender y denunciar los impactos del modelo biocida, una cuestión sanitaria urgente e ineludible para despertar a las comunidades hasta entonces dormidas. En este sentido, se debe subrayar el rol de varios investigadores, como el grupo del EMISA-UNLP —encabezado por el doctor Damián Marino—, con sus permanentes contribuciones sobre la presencia de plaguicidas en distintas matrices ambientales (aire, agua superficial y profunda, agua de lluvia, suelo, sedimentos de ríos, arroyos y lagunas, etcétera), expuestas, por ejemplo, en Alonso y otros (2018), Aparicio y otros (2013), Castro Berman y otros (2018), y Pérez y otros (2021), o bien la asociación de estos indicadores de contaminantes con los relevamientos del Instituto de Salud Socioambiental de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Rosario, que mediante sus campamentos sanitarios demostró que las estadísticas sanitarias nacionales no eran coincidentes (por ende, no eran representativas) con las que se realizan puerta a puerta en los pueblos rurales de menos de 10.000 habitantes (Verzeñassi y Vallini, 2019). 

Como cierre conector entre la presencia de venenos en el ambiente y la radiografía de comunidades que enferman y mueren rompiendo las estadísticas oficiales, los trabajos de los equipos de Delia Aiassa (UNRC) y Raúl Lucero (UNNE) sobre genotoxicidad y daño genético por exposición a mezclas de plaguicidas persistentes en el ambiente han sido fundamentales para advertir que el impacto no solo es directo por la masividad de biocidas vertidos al ambiente, sino que además se están causando daños en el ADN que derivan en enfermedades multigeneracionales (Mañas et al., 2009; Gentile et al., 2012; Bernardi et al., 2015; Milesi et al., 2021). 

Esta suma de los esfuerzos de investigadores, comunidades organizadas y víctimas de un modelo insostenible ha sentado las bases de los primeros fallos consolidados, tanto a nivel federal como a niveles provinciales, al menos para Santa Fe, Entre Ríos y Buenos Aires. Así, se constituyeron en jurisprudencia que aleja entre 1000 y 1095 metros de las zonas pobladas las aplicaciones terrestres y hasta 3000 metros las aplicaciones aéreas.    

De este modo pudo correrse el velo que hacía invisible lo cotidiano, como la presencia de depósitos en centros urbanos, la circulación constante de pulverizadores por las calles de las localidades, los lugares de guarda y lavado en convivencia con el espacio público o medianera mediante de domicilios particulares. Esto permitió la visibilización de índices sanitarios de las comunidades rurales que no soportan más el silencio, junto con el derribamiento de mitos —muy bien instalados en las últimas tres décadas— sobre la imposibilidad de producir sin agroquímicos o el que indica que las alternativas planteadas carecen de sustento científico y son viables solo para la pequeña huerta familiar. 

El hallazgo y la amplificación de ejemplos de escala de producciones extensivas como faros de esperanza e inspiración para iniciar los cimientos de una red de profesionales, productores, actores de la comunidad de a pie y funcionarios comprometidos con el rol transformador de la política promocionaron el armado de la Red Nacional de Municipios y Comunidades que fomentan la Agroecología (RENAMA). 

La RENAMA se caracteriza por desarrollar procesos territoriales participativos, de fuerte acompañamiento a grupos de productores/as e interacción con gobiernos locales, con el objetivo de promover los principios y estrategias de este nuevo paradigma, sosteniendo que donde hay naturaleza se pueda hacer agroecología. En este sentido, integra procesos de extensión e investigación conjunta, ya que permite articular los trayectos educativos (recíprocos y horizontales) que se verifican en los grupos de productores/as y profesionales con procesos de construcción de conocimiento basados en el modelo de caja translúcida1, que admite la participación activa de los agricultores/as involucrados/as. Sin embargo, la experiencia reviste el carácter de proceso organizativo con sólidas bases sociopolíticas, ya que implica el acompañamiento de estrategias locales en la organización colectiva (con el apoyo del Estado local o de manera autogestiva) vinculadas a otras organizaciones similares a nivel provincial y nacional, con la finalidad de realizar, promover y consolidar experiencias productivas agroecológicas. 

Como dijo Eduardo Cerdá, expresidente de RENAMA, “los objetivos se orientan a un horizonte en común: la salud, el campo y la vida, horizonte explicitado en cada conferencia y en cada encuentro para mantener presente la finalidad de demostrar que producir en agroecología es posible” (Cerdá et al., 2020).

 

La senda infinita por la salud, el campo y la vida 

En tiempos de escepticismos y apatía generalizada, en momentos en los que, como en un tango, resuena el dolor de los que conformamos “la sombra del éxito”, el activista Fabián Tomasi y las madres de tantos barrios nos dieron la fuerza para buscar un camino de salida al modelo biocida. 

En esa búsqueda urgente, aún sin la conciencia actual, vislumbramos la vía de la agroecología: una senda para producir a favor de la salud, el campo y la vida. Bajo esos preceptos se parió a la RENAMA.

Pareciera que ha transcurrido un tiempo infinito, pero desde aquella fundación giraron tan solo 73 lunas, poco más de 5 años y 7 meses, y la RENAMA ha explorado 10 provincias argentinas y varios departamentos de Uruguay. Se ha expandido de las pioneras 100 hectáreas iniciadas en Guaminí (2014), un par de años antes del eslabonamiento de la RENAMA (2016), a cerca de 100.000 (Cerdá et al., 2020). 

Las referencias obligadas a La Aurora, de Juan Kiehr y Erna Bloti, en cada espacio donde nos permitan la palabra, y el sueño de sembrar la patria de Naturaleza Viva, contagiados por la pasión y la lucidez de Irmina Kleiner y Remo Vénica, nos hacen caminar a paso firme con un norte claro: queremos un campo con gente (productores) y para la gente (humanidad).

La RENAMA agrupa a casi 45 Estados municipales, un colectivo de profesionales comprometidos con la salud, el ambiente y la producción, provenientes de instituciones de la ciencia, la salud, la educación y la producción, más de 200 productores y agrupaciones de ciudadanos organizados (ONG) y/o autoconvocados. 

La tracción del colectivo RENAMA a través de la solidez de la información compartida y la riqueza de las experiencias que se multiplican ha colapsado todas las agendas, síntoma de una conciencia creciente sobre la urgencia de promover un nuevo paradigma para la producción de nuestros alimentos y, al mismo tiempo, símbolo de una demanda que no deja ver su cielo. 

Así, en un intento por optimizar los esfuerzos para encontrarnos entre mediados de octubre y de noviembre, desde hace siete años transitamos el Mes de la Agroecología, con epicentros itinerantes que se posan en Lincoln, Coronel Suárez, Benito Juárez (La Aurora) y Tres Arroyos (INTA Barrow), en la provincia de Buenos Aires; Gualeguaychú, en Entre Ríos; Adelia María y Río Cuarto, en Córdoba; Chabás y Zavalla, en Santa Fe, y que suelen finalizar en Guaminí, donde confluyen las principales casas del conocimiento y se agita el hormiguero y la mente de productores de todo el país. Cada lugar pretende ser fuente de aprendizajes conjuntos y motor inspirador para más nodos agroecológicos. En 2021, la coorganización del Mes junto a la Sociedad Argentina de Agroecología y la Dirección Nacional de Agroecología (MAGyP) posibilitó la visibilización de productores agroecológicos y/o en transición en 20 provincias de la Argentina, que se organizaron y promovieron más de 200 actividades. 

Esta senda infinita se ha construido con coherencia desde el territorio, junto a los productores, con la mirada puesta en el suelo como macroorganismo del cual dependemos. Su vida y alimentación es la base de nuestra nutrición y salud, principio que sustenta nuestro andar y construcción.

De allí la convicción para gritar y visibilizar a la agroecología como la agricultura del futuro, con la certeza de que el futuro llegó, como asevera en su libro Ciancaglini (2021). Basta enumerar algunos sucesos que atestiguan este aterrizaje. Por ejemplo, en noviembre de 2018, junto a Santiago Sarandón (responsable de la cátedra de Agroecología de la UNLP, presidente de la Sociedad Argentina de Agroecología [SAA] y presidente de la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología [SOCLA]) y Eduardo Cerdá (expresidente de RENAMA y actual Director Nacional de Agroecología), expusimos en el Anexo de la Honorable Cámara de Diputados nuestros fundamentos y presentamos el primer proyecto de ley provincial de Fomento de la Agroecología en una jornada coorganizada por la Honorable Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires, la Defensoría del Pueblo de la Provincia de Buenos Aires y la RENAMA. A casi tres años de esa jornada movilizadora, aún sin haber logrado la sanción de la ley pretendida para la provincia de Buenos Aires, se ha contribuido al tratamiento y aprobación de la ley de la provincia de La Pampa y se ha acompañado la presentación de un proyecto de ley nacional para el fomento de la agroecología, que augura importantes herramientas para acompañar a los productores en la transición hacia la agroecología. 

La creación de la Dirección Nacional de Agroecología en el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación, anunciada en marzo de 2020 y oficializada en junio de 2021, significa un suceso inédito para Latinoamérica. Se concretó junto con el desarrollo progresivo de programas productivos y de agregado de valor local, tanto provinciales como municipales. 

La inclusión de la agroecología en diferentes niveles educativos es otro indicador significativo del cambio, no solo en instituciones de educación formal —con los mayores avances en los niveles primario, secundario y superior en Formosa—, sino también no formales —con el sudoeste bonaerense como epicentro promotor de nuevas ofertas y experiencias concretas de extensión— e informales —como las incipientes Escuela Municipal de Agroecología de Villa de Merlo (San Luis) y su par de Sunchales (Santa Fe)—. 

La creciente conciencia de los consumidores urbanos tracciona y convoca a organizarse, desaprender y reaprender; en fin, reevolucionarnos.    

Se demanda un rol activo del Estado, que facilite la transición hacia la agroecología, promueva la investigación para y con los productores y preserve el ambiente en pos de la salud colectiva. Promover planes oficiales de disminución del uso de agroquímicos es urgente y complementario al desarrollo de la agroecología. Es necesario vencer la resistencia de los grupos económicos concentrados que sostienen el modelo hegemónico al menos hasta agotar stock y advertir que en lo inmediato promoverán la renovación de las estrategias insumodependientes, virando hacia una góndola de bioinsumos. En este punto, se hace imperioso entender el origen de los problemas y dejar de atacar solo los síntomas que afloran, para no caer en viejas “soluciones” y, por fin, dar vuelta la página que nos llevará al nuevo paradigma.  

 

Nacimiento del nuevo paradigma 

El nacimiento del nuevo paradigma de base ecológica promueve un también nuevo equilibrio de los basamentos sociales, ambientales y productivos del sistema. Desde la RENAMA afirmamos que el modelo predominante de tipo industrial está agotado. Si bien se produjo un aumento de los rindes, se incrementaron mucho más los costos para los productores, principalmente por la creciente dependencia a los agroquímicos, que hizo más vulnerables, sobre todo, a los pequeños y medianos productores. Esto generó un círculo vicioso que redundó en graves impactos: 1) pérdida de materia orgánica o fertilidad natural de los suelos (Clarín, 2015; Sainz Rozas et al, 2019); la agriculturización de las pampas promovió una agricultura fuertemente extractivista, basada en monocultivos y un paquete tecnológico (semillas modificadas genéticamente, herbicidas, pesticidas y fertilizantes); 2) pérdida de biodiversidad; 3) plantas y animales debilitados, más susceptibles a enfermedades y plagas; 4) alimentos contaminados (Lag N, 2021), y 5) empobrecimiento, endeudamiento y pérdida de productores, que aun así permanecen en resistencia. Según el Censo Nacional Agropecuario (2018), en los últimos 40 años ha desaparecido el 51,3% de los productores en la provincia de Buenos Aires; el 49,1% en Entre Ríos; el 48,6% en Córdoba y el 45,7% en Santa Fe, como indicadores del enorme fracaso del modelo hegemónico que los gobiernos nacionales y provinciales han sostenido por mandato corporativo.    

Estos graves efectos y saldos negativos se observan tras cuatro décadas de caminar hacia el precipicio e insistir con las mismas recetas que, vendidas como “soluciones”, nos han llevado hasta el presente. 

Los aportes del sector técnico y científico posibilitan dar discusiones de fondo y captar la atención de los distintos niveles de gobierno, respaldando y fortaleciendo las demandas de las comunidades y los sectores afectados por el sistema hegemónico. En este sentido, las conclusiones de Zamora et al. (2017) sobre el sostenimiento de los rendimientos en planteos agroganaderos monitoreados durante más de 10 años en la Chacra Experimental Integrada Barrow, perteneciente al Ministerio de Desarrollo Agrario y al INTA, de Tres Arroyos, se suman a los datos de que el planteo agroecológico reduce un 56% los costos y, en consecuencia, aumenta el margen bruto para los productores en un 122%. Por otro lado, el surgimiento de la Sociedad Argentina de Agroecología, en 2018, permitió ordenar y mostrar la inmensa cantidad de experiencias con seguimientos científicos desarrolladas a lo largo y ancho del país, de las cuales una muestra representativa se expuso en el I Congreso Nacional de Agroecología, celebrado en Mendoza (2019), y en el II Congreso Nacional de Agroecología, que tuvo lugar en Chaco (2021), que se suman así a los más de 10.000 trabajos científicos que integran la literatura latinoamericana recapitulada por la SOCLA en sus ocho congresos ya realizados.    

En el contexto de crisis climática, ambiental y sanitaria, la agroecología marca una estela que nos conduce a la producción de alimentos frescos, de calidad nutritiva y en cantidad suficiente para el abastecimiento local. En este modelo, se prioriza el abastecimiento de cercanía, con un enorme potencial para promover su agregado local de valor, la generación de trabajo y el arraigo en territorios que han quedado casi desiertos, e incluso la exportación de productos elaborados y materias primas excedentes.

 

 

 


1 Aprendizaje internalista que comprende teorías centradas en lo que pueden hacer los/las agricultores/as, lo que creen que están haciendo y cómo el aprendizaje puede estar basado en esos estados emocionales.

 

 

 

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