"A veces me paro en la puerta de casa, miro a mi alrededor y me digo: ¡Qué abundante soy!"

Desde los cerros tucumanos, Ángela Romano, es una mujer que cultiva la tierra, reflexiona sabiamente, acaricia a la naturaleza con el joijoi y recibe en su casa a todo el que ande visitando la zona.

Sociedad 05/08/2022 Hora: 14:54
Ángela Romano vive en Tucumán, donde abre las puertas de su casa y de su corazón para recibir a quienes llegan de visita.
Ángela Romano vive en Tucumán, donde abre las puertas de su casa y de su corazón para recibir a quienes llegan de visita.

A 7 kilómetros de la ciudad de Tafí del Valle se ubica la casa de Ángela, que también es La Casa de Ángela (como lo anuncia su cartel de entrada), donde los turistas que andan por la zona se pueden dar una vuelta para ver cómo es esto de vivir y producir alimento en medio de los cerros tucumanos.

“No sé a qué vine, pero me dijeron que si no venía a verla no visité Tafí”, cuenta Ángela que le comentan los turistas apenas llegan. ¿Y qué hacen en su chacra? Recorrer el lugar, ver los animales, comprender el maravilloso proceso que va desde la semilla hasta que aparece la planta y, por sobre todas las cosas, conectarse con la belleza y la abundancia de la tierra, de la naturaleza.

Es la conjunción de todos esos elementos, más la magia del lugar, lo que hace que muchos (pero muchos) turistas que llegan con cierta reticencia (“Llegan duros”, describe Ángela) al ratito, nomás, no puedan evitar la emoción y el llanto. “Son las pequeñas cosas lo que conmueve, lo que desanuda —reflexiona esta mujer que se describe como descendiente indígena y agricultora—. Estar con la tierra, comer algo rico, sentir el afecto. Y todo eso ocurre aquí”.

Entre esas cosas que parecen pequeñas también está el joijoi, un canto emocionado y profundo de los Valles Calchaquíes, que Ángela practica con gran amor y destreza y que no es muy conocido fuera de esta zona.

La música es parte de su vida y a través del joijoi, un canto ancestral, esta mujer sabia ayuda a sus semillas a crecer.  

—Busqué la palabra joijoi pero no aparece en el diccionario. Y en Internet tampoco…

—¿Vos creés que la Real Academia va a poner en visibilidad las raíces de nuestros ancestros? Pues no, porque eso es muy nuestro.

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—¿Creés que no les interesan?

—Quizás. O puede ser que las omitan para que sigamos sin despertarnos, porque mientras permanecemos dormidos seguimos dejándonos conquistar. El joijoi es el verdadero canto nativo de los Valles Calchaquíes. Siempre se dice «coplera» pero, ¿de dónde es la copla? De España. Y creo que no nombrar nuestras costumbres es una forma sutil de estar bajo el dominio de gente de otras tierras, porque la palabra crea y descrea, puede arraigar y desarraigar. Y yo soy un poco chúcara y no quiero desarraigarme.

—¿Cómo nació ese amor y esa conexión por la tierra?

—Yo fui una niña que no creció con sus padres y eso fue muy doloroso, porque siempre sentía que no pertenecía a la familia con la que vivía. Sentía que tenía que quedar bien con la gente, siendo noble y trabajadora, esforzándome mucho. Luego crecí y pensaba que cuando fuera madre todo iba a ser distinto, que iba a estar con mis hijos e hijas y que todos iban a estudiar, porque era lo que yo hubiera querido hacer… Pero aunque tenía condiciones, según decían los maestros, me tuve que quedar en mi casa, total era mujer y «me iba a casar».

El contacto con la tierra es para Ángela una necesidad y un compromiso, el de cultivar el cambio que quiere ver en el mundo. 

 

La vida en los cerros

Así fue que a los dieciocho años Ángela se casó y tuvo cinco hijas, a las que vestía con sus propias creaciones, ya que siempre fue muy habilidosa para el tejido y la costura. Mientras tanto, seguía trabajando en el campo, sembrando y produciendo. Con mucho esfuerzo concretó el sueño de que sus hijas fueran primero buenas alumnas y luego universitarias, y hoy son todas profesionales que están armando su propia vida. “¿Cómo no voy a amar a mi tierra y a la semilla, si así he logrado cumplir mis sueños?», sostiene Ángela.

«Estoy profundamente agradecida a esta tierra generosa, por eso muchas veces me paro en la puerta de mi casa, miro a mi alrededor y me digo: ‘Qué abundante soy’. Es cierto que he puesto el cuerpo para sembrar, acarrerar, hachar y hombrear, pero acá estoy”, dice y cuenta que en una época iba con sus cajones de verdura a ofrecerlos de casa en casa en Tafí del Valle, hasta que se abrió la feria local donde fue lidereza hasta que más tarde empezó a vender desde su casa, como lo hace ahora.

«La magia de lo simple», así describe Ángela el contacto con la vida a través de sus manos, mientras limpia los porotos con la ayuda del viento. 

Actualmente, en la chacra venden verduras, maíz (que “siempre hay que tener porque sirve para alimentar a humanos y animales”) y distintas variedades de porotos: pallar blanco y negro, el jaspeado, alubias rojas, poroto negro brasileño y porotos blancos boca azul. Además, es dueña de sus propias semillas y pertenece a la Red de Guardianes de Semillas, dedicada a proteger la agrobiodiversidad y promover sistemas productivos regenerativos. «La independencia de la vida, del existir, es tener nuestras propias semillas», señala.

—¿Cómo es la experiencia turística que proponés?

—Les muestro mi chacra y les cuento cómo hacemos lo que hacemos. Hace un rato vino una pareja y charlamos y cantamos, fue hermoso. Acá la gente se afloja y eso que llegan personas muy endurecidas, que apenas se bajan del auto enumeran sus títulos profesionales. La semana pasada vino un matrimonio y el señor lo primero que dijo fue que era contador, se mantenía a la distancia durante el recorrido… En fin, ese hombre se quebró, terminó llorando.

«Estoy profundamente agradecida a esta tierra generosa, por eso muchas veces me paro en la puerta de mi casa, miro a mi alrededor y me digo: ‘Qué abundante soy’. Es cierto que he puesto el cuerpo para sembrar, acarrerar, hachar y hombrear, pero acá estoy”

—¿Por qué?

—Por todo, por lo que hablamos, por lo que sintió… No pudo decir nada, pero de pronto empezó a llorar y simplemente se subió a la camioneta y lo único que pudo decirme fue “Chau Ángela”. Es que la humildad y la verdadera generosidad, que es dar desde el amor, mueve mucho internamente, porque debajo de esa aparente dureza está todo el corazón. El turista llega a la defensiva porque siente que le quieren vender todo y cuando ve que acá las cosas no son así, se ablanda.

Junto a las personas que se acercan a visitarla, a quienes recibe con una sonrisa, siempre dispuesta a compartirles sus saberes. 

 

El amor ante todo

Ángela explica que la mayoría de sus visitantes son personas urbanas que, después de un rato de charla, le dicen “yo soy bien de ciudad, no sé nada de todo esto” y luego que ella les recuerda a su abuela. Ese, también, es uno de los caminos para abrir el corazón. “Es momento de conectarse con lo verdadero, con el amor. Todos estamos muy cansados de vivir luchando. Estar hermanados como personas es lo que nos va a permitir salvar este planeta entre todos”, expresa.

—¿Cuál es tu anhelo para otras mujeres?

—Anhelo que muchas mujeres de mi condición social puedan despertar y saber que fuera de la casa hay muchas cosas lindas para vivir, porque hay mujeres que se sienten menos, inferiores por ser campesinas y eso hace que se retraigan, que no muestren todo lo que son.

—¿Dónde has observado ese tipo de discriminación?

—Y… por ejemplo cuando van a una oficina a pedir información y en vez de tratarlas con respeto sienten que las tratan con desprecio. Pero claro, hay que ver qué es lo que viven, a su vez, esas personas para tener esas actitudes en su trabajo, ¿verdad? Pero estoy segura de que cuando esas personas entiendan que es gracias a las campesinas y campesinos que tienen comida en sus mesas, todo va a cambiar para mejor. Es un camino a recorrer.

Junto a otras mujeres en el Parlamento Plurinacional de Mujeres Indígenas y Diversidades por el Buen Vivir, celebrado en mayo de este año. 

—Ángela, retomando lo del joijoi, ¿por qué decís que sirve para el crecimiento de las plantas?

—Porque las semillas son vida y si uno las planta con malos pensamientos, quizás ni germinan. Y este canto les da alegría, lleva otra energía. Yo sé que hay mucha gente que quizás no cree en esto, pero es porque compran todo hecho, no han tenido la oportunidad de producir nada. El joijoi es el nombre nativo de la expresión de los valles, es la manifestación del sentimiento que sale desde lo más profundo,

—¿Cómo te inspirás para hacer tu joijoi?

—Me inspira mi buena vida, es una forma de manifestar mi buen vivir. Para mí es un rezo, un canto de agradecimiento. Largo mi joijoi al viento y doy gracias por lo que tengo y lo que soy.

En la foto Ángela baila alegremente sobre las vainas de porotos, brindándose en cuerpo y alma para ayudar a separar los granos.

 

(Fotos: Instagram @angela_romano.tdv / Entrevista: Lola López / Revista Sophia)

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