Proteger lo protegido en el SudOeste Bonaerense

Ambiente 19/09/2022 Hora: 11:25

Por Prof. Patricia M. González*

La crisis ambiental se ve claramente reflejada en el hecho de que hoy no hay diferencias sustanciales entre un ambiente protegido, con el resto de los ecosistemas. Son algunos ejemplos, los Patrimonios Naturales, como el sector del caldenal de Bahía Blanca, protegido por ordenanza municipal y recientemente arrasado. Los bosques nativos cada vez más reducidos, a pesar de la Ley que los protege. Las Reservas y Parques Naturales, como el área de Uso Múltiple Bahía Blanca, Bahía Falsa, Bahía Verde, donde mueren ahogados los delfines franciscanas, por una actividad extractivista como la pesca, prohibida en las unidades de conservación; la Reserva Pehuen Co Monte Hermoso, donde se autoriza el tránsito vehicular que tanto daño hace al ambiente, o el Parque Provincial Ernesto Tornquist, con una invasión biológica tal, que está poniendo en peligro el principal objeto de conservación, el pastizal serrano.

Los últimos reductos para el resguardo de la biodiversidad, están agonizando.
Y si no se hace algo pronto, esta agonía se profundizará.

¿Cuál es el lugar del ambientalismo en este contexto?

Si analizamos un poco el recorrido histórico de este movimiento, podríamos decir que, a lo largo de los últimos cincuenta años, ha seguido un mandato, el del modelo del desarrollo sostenible, cuyo origen podría rastrearse en la Conferencia de Estocolmo de 1972. Este discurso produce un giro epistemológico tal que enmudece el debate y acalla las voces conservacionistas.

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La realidad es que el desarrollo, en términos de crecimiento ilimitado, ya estaba decidido. Lo sostenible era solo el “anzuelo para atraer a los conservacionistas”. A partir de allí todo iba a ser sostenible: economía sostenible, turismo sostenible, desarrollo y producción, sostenibles. Sin embargo, este modelo no solo fracasa en encontrar soluciones a los problemas ambientales, sino que “facilita que se instalen”. ¿Pero, como opera? Principalmente a través de negociaciones: contamino acá, pero allá no, (al menos por ahora) o contamino igual, pero a cambio doy trabajo y progreso a las comunidades. Intercambios donde la naturaleza siempre pierde a favor del “desarrollo”.

Un ejemplo local, de este tipo de negociaciones, es el anuncio que, el Consorcio del Puerto de Bahía Blanca, publica en su plan quinquenal, en marzo de este año. En unas breves líneas, estratégicamente ubicadas en el texto, explica que entre sus acciones planea nivelar un sector de cangrejal y “ganar” más hectáreas para sus actividades portuarias. Un avance que se suma a las otras 400 has. ya impactadas.

Posteriormente hace otro anuncio: ofrece su apoyo para la ratificación por ley de la Reserva Natural Islote de la Gaviota Cangrejera, donde nidifica el 70 % de esta especie. He aquí el intercambio desarrollista: se apoya una gestión a cambio de seguir avanzando sobre el humedal. Y no es cualquier avance. Sino uno que además atenta contra el principal alimento de la especie, que es objeto de conservación, la gaviota cangrejera.

El primer mes y medio los pichones se alimentan exclusivamente de estos invertebrados, los cangrejos. Pero eso al Consorcio, poco le importa. Y parece que, al ambientalismo, instalado en las políticas públicas tampoco.

Siguiendo nuestro análisis, el modelo del desarrollo sostenible, necesitaba un dispositivo potente para expandir su discurso. Y lo encuentra en la Educación Ambiental. La tarea que se le otorga al ambientalismo, es la de educar a las comunidades.

Comienza así la producción de un relato que ofrezca sustento a las prácticas educativas. Lo que dice el desarrollismo es que el problema no está en el sistema capitalista, depredador, apropiacionista. Eso no se cuestiona. El problema está en que las comunidades no valoran su ambiente natural. Por lo que se requiere crear acciones de sensibilización con los ecosistemas, de hacer conocidos los recursos naturales, porque se instala la idea de que “no se puede cuidar lo que no se conoce”. Y el ambientalismo obedece.

Se dedica a:

  • Sensibilizar a las comunidades con sus ecosistemas (excluyendo a los empresarios, que parecen no formar parte de la comunidad).
  • Organizar limpiezas de playas, costas (sin reclamar a quienes ensucian).
  • Propiciar el disfrute de las pocas costas que nos quedan, (los restos) sin cuestionar demasiado las que nos quitaron.
  • Aplaude y premia los dispositivos, como centros / estaciones de rescate de fauna silvestre, sostenidos económicamente por los mismos que producen su afectación. Estos centros se ocupan de atender las consecuencias, pero nunca las causas (que esconden sistemáticamente bajo la alfombra). Un negocio redondo, para las marquesinas de los supuestos héroes, ya que así se garantizan su materia prima: la fauna agonizando.

En algunos casos (no en su mayoría), estas acciones son bien intencionadas, pero no dejan de ser funcionales a la crisis de las especies.

El ambientalismo trabaja con los despojos que el desarrollo in-sostenible nos dejó, sin atender profundamente las razones de este ecocidio, que no está en el seno de las comunidades (aunque el trabajo individual suma), sino en un sistema económico perverso, extractivista, depredador, apropiacionista, desarrollista sin límites, que, con la excusa del progreso para todas/os, perpetua las desigualdades y profundiza el vaciamiento de especies.

Claudio Campagna, de quien tomamos las frases encomilladas, es claro: la extinción de una especie no es el fallecimiento de un grupo de individuos, es la desaparición a perpetuidad de toda la especie y sus adaptaciones. Queda un vacío y es para siempre.

¿Que nos queda por hacer? Sacar de las cenizas (porque donde hubo fuego cenizas quedan), al movimiento conservacionista, que fuera abatido por el discurso del desarrollo in-sostenible. Rescatarlo y reeditarlo hacia prácticas disruptivas, cuestionadoras de ese modelo. Donde no tengan cabida frases tales como “servicios ambientales”, “capital natural”, “recursos naturales”, que tanto mercantilizan a la naturaleza.

Porque la naturaleza no necesita justificarse ante nosotros por existir. A la naturaleza hay que cuidarla porqué sí. Porque no hay derecho a destruirla. Un conservacionismo que no se quede en el simple relato para acostumbrarnos a la “marcha de las extinciones anunciadas” y se ocupe de señalar las causas de los problemas ambientales. Que su foco sea la crisis de las especies, sin más.

Deseamos desde nuestra ONG, un conservacionismo que haga deponer el desarrollismo que mata y proponga acciones que cobijen, protejan, den resguardo a la naturaleza. Un conservacionismo que produzca un movimiento tal, que no tenga otro propósito que no sea el de poner fin a esta aniquilación sistemática, a este exterminio.

Así como la humanidad dijo que NO a la tortura, NO a la esclavitud, NO a la violencia y al femicidio, nosotros decimos, NO al ecocidio y al mismo tiempo SI al cuidado, al resguardo, al sostenimiento de la diversidad de especies y sus ecosistemas. Sin justificaciones. Solo y simplemente porque sí.

 

La Prof. Patricia M. González pertenece a la ONG conservacionista Silice.

Mail: [email protected]
Instagram: @ong_silice

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