CORONEL DORREGO

La historia del barco hundido de Marisol

A unos 27 kilómetros al oeste de Marisol, todavía quedan los restos de un viejo pesquero que encalló en 1974. Hoy solo quedan algunas maderas y la carcasa, cuando la marea permite encontrarlos. Pocos recuerdan qué fue lo que pasó.

Turismo 16/11/2022 Hora: 13:48
La historia del barco hundido de Marisol
La historia del barco hundido de Marisol

La marea baja y los restos aparecen lentamente. El viento y el agua arrastran la arena, juegan con ella y descubren de vez en cuando un tesoro de otros tiempos, testigo de viejas tempestades y protagonista de historias que se han ido transmitiendo del boca en boca, de esas que muchas veces de cierto tienen nada y que han ido sobreviviendo conforme se van agregando matices.

Poco quedó de Guillermo Segundo, el viejo pesquero marplatense que llegaba hasta esos lares con sus cinco tripulantes, buscando pejerreyes y otras capturas. Su quilla, hoy enquistada en la arena como parte de la playa en sí, hace más de cuatro décadas que no surca las aguas; ni siquiera puede moverse. Conoce de calores agobiantes, de los fríos inviernos del mar y de sudestadas impiadosas.

Y sabe de todo eso porque es una de las pocas partes del barco que quedaron allí.

No hay fechas precisas, ni nombres propios ni historias de misterio, fantasmas o aparecidos. Según a quién se le pregunte, el pesquero llegó allí y encalló, a unos 27 kilómetros al este de Marisol, en Coronel Dorrego, entre el balneario y la desembocadura del Sauce Grande, a mediados de los 70.

Algunos, la mayoría, dan un año: 1974, y no mucho más. Fotos rescatadas del olvido marcan a febrero como el mes en que habrían sido reveladas, por lo que se infiere que el hecho sucedió en las primeras semanas de aquel verano.

Pero no hay mucho más. Por aquellos tiempos, la localidad costera no estaba tan desarrollada como ahora y no había tanta gente ni medios para reflejar y contar lo que había pasado. Sí se sabe que fue todo un suceso: a las pocas horas de conocerse la noticia del encallamiento de la nave, todos aquellos que tenían los medios para acercarse al barco, lo hacían; algunos llegaban incluso con sus cámaras para tomar fotografías de lo que era una rareza por estos lados. La noticia corría como reguero de pólvora y no había nadie que no quisiera acercarse para curiosear.

El capitán y sus cuatro tripulantes dieron las respuestas del caso y no mucho más. Contaron que venían desde Mar del Plata a pescar y que habían quedado en medio de una sudestada; sus nombres y su destino se perdieron en el tiempo.

En medio de la tempestad, el viento y la marea habían llevado la red de pesca contra la hélice, enganchándola y trabándola, haciendo infructuoso cualquier intento por cambiar el rumbo. El orgulloso Guillermo Segundo -nombre que podría hacer referencia al último emperador alemán o a un príncipe de Suecia y Noruega- había quedado a merced de las olas, sin capacidad de maniobra más que los esfuerzos de sus hombres por luchar contra la naturaleza y mantenerlo a flote.

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No había nada más que hacer. La costa, otrora lejana, se fue acercando cada vez más. Como si fuera un cascarón de nuez, el mar embravecido depositó la embarcación en la playa, en un sitio que terminaría convirtiéndose en su último e improvisado puerto. Encallado, el casco rojo había quedado ladeado hacia estribor; el mástil, la cabina y el puente, blancos, resaltaban a lo lejos. La inscripción, en una placa circular, de metal, que rezaba “Made in Sweden”, no vería otros horizontes más que la interminable pampa bonaerense.

Casi medio siglo después, poco y nada queda de esa historia. Con el correr de los días, los meses y los años, entre los propietarios, el agua salada, las mareas, los recolectores de recuerdos ajenos, el viento, el sol y los rapiñeros de turno, el casco del barco se fue reduciendo a un simple esqueleto, con algunas pocas maderas que -por una razón u otra- todavía permanecen enquistadas al armazón.

El tiempo, ese mismo que fue desbastando los restos del pesquero, fue elevándolo a la categoría de charla de café, de curiosidad histórica y de atractivo turístico.

Hoy, tanto desde el área de Turismo de Coronel Dorrego como desde el balneario Marisol mismo, el Barco Hundido es presentado como uno de los lugares que no hay que perderse; hay que conocerlo sí o sí. El relato se cuenta innumerables veces y despierta preguntas y más preguntas; las respuestas son pocas. El mito terminó engullendo a la verdad: los matices cambian en cada esquina y en cada conversación.

Los memoriosos dicen que una red trabó la hélice del barco en medio de una tormenta, que lo depositó en la costa.

Los restos no están lejos, pero no es tan fácil acceder a ellos; de hecho, desde Turismo piden que quienes vayan por su cuenta lo hagan solo en un vehículo doble tracción. No hay guardavidas y solo se puede alcanzar con marea baja. En esos 27 kilómetros que hay que desandar yendo hacia el oeste del balneario, hay que cruzar algunos cursos de agua que desembocan en el mar, y por ello un rodado común no puede llegar. Incluso, el lugar se encuentra más cerca de Monte Hermoso, a unos 20 kilómetros, aunque para alcanzarlo es necesario sortear la desembocadura del río Sauce Grande.

El sitio es conocido y reconocido por los amantes de la pesca como un lugar de buen pique: normalmente, quienes cuentan con una camioneta se aventuran hasta esos lares para capturar muchas y variadas piezas. Existe un sendero con cartelería para llegar hasta allí, con una referencia histórica. Es más, hace un tiempo el propio Manu Ginóbili pasó por el lugar e hizo un posteo sobre él en sus redes sociales; a partir de ese momento, las consultas para conocer los restos de la embarcación y su historia, se multiplicaron en forma increíble.

“La gente nos pregunta constantemente para ir a conocerlo. Muchos de quienes van a pescar hasta el arroyo El Gaucho hacen siete kilómetros más y encuentran el barco -cuenta Luciana Alvarez, titular del área de Turismo de Coronel Dorrego-. Dependiendo de la marea, se puede ver solo la carcasa u otras partes más de la estructura; todo depende de cómo avance el mar”.

Todo ese sector no está desarrollado; solo se indica cómo llegar hasta allí. Muchos aprovechan para sacarse fotos, aunque se recomienda tener cuidado por la estabilidad y el estado de las maderas que quedaron. El misterio y el poco conocimiento que hay del hecho, despierta la curiosidad de todos.

“Nunca hubo mucha información sobre lo que ocurrió con esa embarcación, pero hemos podido construir un relato apoyándonos en los recuerdos de los pobladores de Marisol y Oriente. Así, pudimos saber que el Guillermo Segundo navegaba por estas cosas y que, en medio de una gran sudestada, el trasmallo se enredó en su hélice y el mar lo expulsó a la costa”, relata.

Allí, sus cinco tripulantes, ilesos, fueron rescatados por los vecinos y, entre todos, empiezan a repartirse los materiales que había en el barco. Nadie recuerda si había quedado muy dañado o si, luego de la tempestad, se trató de llevarlo nuevamente al agua.

“Cuando encalló, la gente se fue llevando todo lo que había arriba de la embarcación; hoy solo queda la carcasa. Se trata de un típico pesquero, como los que había acá. Cuando las mareas la descubren, se puede ver una pequeña armazón hecha de madera, pero muy poco”, explica.

La falta de precisiones, lamenta, es casi una constante en el Relato del Barco Hundido.

“Cada vez que preguntábamos, nadie sabía nada. Pudimos hacer una referencia histórica, pero con la poca información que conseguimos. Sabemos que no fue un naufragio y que los tripulantes tuvieron ese percance que los depositó en la costa, pero desconocemos desde qué lugar del mar los trajo”, afirma.

Mientras tanto, a unos 27 kilómetros de Marisol, los pocos restos del Guillermo Segundo continúan siendo una incógnita para propios y extraños. Los pocos restos que quedan se burlan de la historia y de la memoria popular. La verdad solo la conoce el mar que, como siempre, guarda celosamente sus secretos.

 

(La Nueva)

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