A 52 años de la partida de Macedonio Fernández
Ignorado en su época, este escritor, poeta y ensayista argentino influenció a generaciones de escritores con su estilo vanguardista e incómodo. Sus originales escritos suman anécdotas, versos, sentencias filosóficas y aforismos humorísticos.
Admirado por Jorge Luis Borges y Ricardo Piglia, entre muchos otros, Macedonio Fernández fue un escritor, ensayista y poeta argentino que se caracterizó por un estilo transgresor y vanguardista.
Su novela más importante es un ejemplo de su visión sobre la escritura. Museo de la Novela de la Eterna es la antinovela, una colección de reflexiones y textos desordenados escritos durante toda una vida y publicados 15 años después de su muerte, en 1967, a instancias de su hijo Adolfo.
Su historia
Nacido el 1º de junio de 1874 en el seno de una familia acomodada (su padre era estanciero y militar), Macedonio cursó sus estudios en el hoy Colegio Nacional de Buenos Aires y ya de muy joven comenzó a publicar en periódicos pequeños relatos cotidianos. A los 24 años se recibió de abogado en la Universidad de Buenos Aires.
En 1901 se casó con Elena de Obieta. Tuvieron cuatro hijos y con el cargo de fiscal en Posadas, Macedonio aprovechó los momentos libres para escribir.
Pero su vida dio un vuelco con el fallecimiento de su esposa, en 1920. Abandonó la profesión, dejó a sus hijos al cuidado de abuelos y tías, y comenzó un periplo por tristes pensiones porteñas. Escribió sin dejar rastro alguno. Desdeñó la literatura como profesión. Tanto que el escrito de su destacado poema “Elena Bellamuerte” quedó oculto en una lata de bizcochos en la casa de un amigo y fue encontrado dos décadas más tarde.
Macedonio y Borges
Hacia la década del '20, un grupo de jóvenes inquietos y disconformes con el opaco mundo del arte local, comenzó a encontrar diferentes ámbitos de escape y expresión de sus renovadoras ideas. La revista Martín Fierro, nacida en 1919, y dirigida por Evaristo González, y un poco más tarde la también efímera revista PROA, orientada por Jorge Luis Borges y Ricardo Güiraldes, entre otros, fueron los ejemplos más importantes de estas vanguardias literarias.
A este movimiento, en el que aparecían otros nombres, como el de Leopoldo Marechal, César Tiempo y Pablo Rojas Paz, no tardó en sumarse Macedonio Fernández. A diferencia del resto, Fernández no era un joven inquieto, sino un precursor, un marginal de las instituciones, alguien a quien tomar por maestro, tanto que Borges alcanzaría luego a confesar que ninguna persona lo impresionó tanto como él.
El mito macedoniano eclipsó en parte la obra literaria y el primer mitólogo macedoniano fue Borges, cuyo padre fue amigo y compañero de estudios de Macedonio en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.
“Escribir no era una tarea para Macedonio Fernández -sostuvo el autor de El Aleph-. Vivía para pensar. Macedonio no le daba el menor valor a su palabra escrita; al mudarse de alojamiento, solía olvidar sus manuscritos de índole literaria o metafísica, que se habían acumulado sobre la mesa y que llenaban los cajones y los armarios. Mucho se perdió así, acaso irrevocablemente”.
Como buen discípulo a la hora de “desmarcarse” de su maestro, Borges agregaba que a Fernández la literatura le interesaba menos que el pensamiento y la publicación, menos que la literatura. “Consideraba que escribir y publicar eran tareas subalternas. Sus relatos tienen el sabor de lo espontáneo; también la frescura y el descuido del artículo periodístico”.
Sencilla y errante fue la vida de Macedonio Fernández, hasta que falleció el 10 de febrero de 1952, a los 77 años.
Su tercer hijo, el escritor y académico Adolfo de Obieta, cuidó a Macedonio desde 1947 hasta su muerte. Unos días antes el escritor le había dicho a su hijo: ‘Me voy a morir’, sin tragedia ni temor. Pasaron varios días y Macedonio seguía vivo. Perplejo, comentó: ‘Cuanto cuesta descarnarse’. Al día siguiente murió sin queja alguna, sin enfermedad evidente.
En un nuevo aniversario de su fallecimiento, recordamos las palabras que escribiera a su tía Ángela, acerca de las creencias y sentido de la vida.
"No sé si existe Dios y no admito que haya castigos y bienaventuranzas, pero creo firmemente que la chispa que arde en nosotros no puede ser aniquilada y que tiene un destino más consolador que la caza del oro."
Macedonio Fernández
SudOeste B.A. con información de elhistoriador.com.ar y La Nación.