ALIMENTACIÓN, AGROECOLOGÍA Y NUTRICIÓN

Miryam Gorban, la primera voz sobre la soberanía alimentaria en Argentina

Fundadora de la cátedra de soberanía alimentaria en la Escuela de Nutrición de la Facultad de Medicina de la UBA e impulsora en Argentina de ese concepto, la licenciada en nutrición Miryam Kita Gorban cumplió 91 años y sigue dando pelea para que en Argentina toda la población tenga acceso a un alimento sano. De la lucha contra los agrotóxicos a la agroecología, el repaso de una vida que sigue cosechando frutos.

Sociedad 18/04/2023 Hora: 09:54
Foto Alfredo Luna
Foto Alfredo Luna

Por Gabriela Navarra*

Es Doctora Honoris Causa por la Universidad de Buenos Aires (UBA), la Universidad Nacional de Rosario, de La Plata y de Mar del Plata, pero ella dice que no le gusta que le digan “doctora”, que es licenciada en nutrición y que tampoco le importa demasiado ser llamada así.

Para la mayoría de las muchísimas personas que la conocen es simplemente “Kita”, el sobrenombre que le puso su mamá. Se podría decir que Miryam Kita Gorban es algo así como un símbolo viviente de la buena nutrición en la Argentina.

Apenas 3 meses después de cumplir 91 años, esta mujer infatigable que ahora camina un poquito más despacio y usa un bastón, espera a Télam-Confiar una tarde en su casa de Lomas de Zamora, la ciudad donde pasó sus últimos 70 años, trabajó, estudió, militó y crió a sus cinco hijos.

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A lo largo de esas 7 décadas Kita fue convirtiéndose en una defensora incansable de la Soberanía Alimentaria, un concepto que ella misma difundió en el país después de asistir a la Cumbre Mundial de la Alimentación en Roma, en 1996, organizada por la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura).

Ella fundó la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria en la UBA, que hace pocos días cumplió su primera década. Siempre acompañó luchas y reclamos populares, con presencia física, real, al lado de la gente. Estuvo detenida durante la última dictadura: se la llevaron desde el Sanatorio Güemes, donde era la jefa del servicio de Alimentación, y fue el mismo René Favaloro quien intercedió para que la liberaran. Recuerda haber estado encerrada en una jaula para perros en el centro clandestino El Barco, en La Matanza, donde el torturador Juan Simón, más conocido como “Turco Julián”, era el encargado de dar las órdenes. La llamaba “la bolche”.

Foto Alfredo Luna

¿Como se le ocurrió ser nutricionista? 

Por causalidad: frente a mi casa en Añatuya vivía una profesora de música y su hija había venido a estudiar a Buenos Aires y escuché por primera vez la palabra dietista, porque en esa época se llamaba así. Yo quise estudiar medicina pero no pude porque era maestra y en aquella época se obligaba a hacer el bachiller. Me metí ahí pensando que era afín a medicina. Y sí, era afín.

Usted difundió entre nosotros el concepto de “Soberanía Alimentaria”... ¿qué significa? 

Es un concepto político. En el plano de la alimentación,  en el caso de un país como el nuestro, significa que tenemos todas las condiciones para lograr la alimentación que la población necesita: disponibilidad, variabilidad. Pero también existe el problema del acceso, la falta de equilibrio entre los costos y el salario, que es lo que explica que el 40% de las personas sean pobres.

¿Pobreza es sinónimo de hambre? 

No de hambre pero sí de limitaciones. El hambre es algo extremo que en nuestro país no pasa, no hay gente que no tiene nada que comer. Hay disponibilidad de alimentos pero dificultades por los altos costos, los bajos salarios, la especulación y la inflación.

¿Pero los chicos que se desmayan en el aula porque comen una vez por día no tienen hambre? 

Sí, pero no es un hambre extremo. Tenemos grandes sectores con desnutrición crónica, que se mide por la disminución en la talla. Son chicos cortitos, petisitos.

Foto Alfredo Luna

¿Y hay responsables de esto? 

El Estado, fundamentalmente por las políticas públicas, tiene responsabilidad de garantizar una alimentación completa para toda la población. 

¿Y cuando eso no pasa? 

Hay que movilizarse, hay que luchar, exigir, presionar, como hacen los movimientos sociales. Esa es la razón de los piquetes, de las movilizaciones: que haya suficientes ingresos para poder tener acceso a los alimentos, que se termine con la inflación y la especulación.

¿Usted realmente lo ve posible? 

Sí, si el Estado se pone firme y exige. Que persiga a los especuladores, que los castigue, que beneficie a los pequeños productores, que garantice el acceso a la tierra para producir más alimentos. Tenemos que hacer una reforma agraria. Acá la tierra sobra, pero está concentrada en muy pocas manos. No puede haber un solo propietario con un millón de hectáreas. Una ley debería prohibirlo, debería obligar a producir a tierras improductivas. 

¿El Congreso aprobaría una ley así? 

Sí, con presión y movilización. Aprobar la distribución de la tierra para producir alimentos, no para especular. Alimentos, no commodities, que es lo que en realidad producimos: soja para exportar. Y ese tipo de producción ha liquidado bosques y sembradíos, que influye además en el cambio climático, algo que muchos se niegan a ver y relacionar. 

¿Qué le parece la denominada Ley de Etiquetado Frontal?

Es útil, cumple una función informativa. Dice si tiene más azúcar o más grasa o más sodio. Permite elegir a las personas que pueden elegir. El que va a comer a un comedor no puede elegir. Y, otra vez; está relacionado con los bajos salarios y la dificultad del acceso. Tiene que haber trabajo bien remunerado. Para eso deben existir políticas públicas e iniciativa privada, que tienen que actuar en forma conjunta para desarrollarlo. 

Usted hace años que habla de las graves consecuencias de los agrotóxicos, pero hay científicos que siguen discutiendo sobre el tema…

No hay nada que discutir. Hay que producir sin venenos, y se puede. Para eso existe la agroecología, que puede hacerlo con mejor calidad y en resguardo de la salud.

¿Y podría el campo argentino transformar su forma de producción? 

Sí, pero eso exige políticas públicas, gobiernos que no sean tibios. Que penalice al que produce veneno y que beneficie y subsidie la producción agroecológica. Maneras hay, lo que faltan son las políticas públicas. 

Usted es la creadora de una Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria, Calisa… ¿Qué se enseña ahí?

La primera Cátedra fue en la Universidad de La Plata, en 2003. En 2013 empezamos en la Escuela de Nutrición de la UBA. Llevamos 10 años y la han cursado miles y miles de personas, docentes, trabajadores, amas de casa. 

La puede cursar cualquier persona, y es parte de una red más amplia que se llama Red Calisas, que nuclea a más de 60 espacios en el país.

A los alumnos les hablamos de la producción, las variedades, el acceso a la  tierra, el derecho a la alimentación. Ayer hicimos el plan para este año, son 8 módulos, una  reunión por mes, desde la segunda quincena de abril y hasta diciembre, es  presencial y virtual, porque se suma mucha gente del interior y de países de América Latina. 

¿Simpatiza con los jóvenes?

Muchísimo. Los 91 míos no sirven para nada sin el apoyo de ellos. El diálogo intergeneracional es muy importante, sino, ¿a quién le transmitimos la bandera? Y los jóvenes la toman, decididamente, tienen mucho entusiasmo. 

Usted es optimista… 

Siempre. Siempre he confiado en el desarrollo de la humanidad. Hay muchos problemas, es cierto, pero también hay lucha y resistencia, y esa palabra que todavía no incorporé, resiliencia…

¿Piensa en retirarse?

No. ¿Para qué? Yo no me voy a sentar a tejer, a esperar que me llegue la muerte. Mis padres murieron jóvenes: mi mamá de 61, mi papá de 54. Soy la longeva de la familia, junto con una tía, que llegó más allá de los 90. Sé que ahora me queda poco hilo en el carretel. Estoy bien, estoy plena, lúcida, pero soy consciente de que los 92 no son los 70… 

 

Un compromiso que no da tregua 

Miryam Gorban comenta que es asesora de la ministra de Ambiente de la Provincia de Buenos Aires, Daniela Vilar, con quien se reúne periódicamente para hacerle llegar propuestas. 

Justamente en tierras bonaerenses se lleva adelante un programa que tiene su nombre (Miryam Kita Gorbán, que se pronuncia como palabra aguda o grave), que consiste en la creación de más de 1.000 huertas comunitarias en parques, espacios verdes, comedores, merenderos y escuelas para que toda la población pueda tener acceso a frutas y verduras. 

“En nuestro país -dice-, todavía somos demasiado carnívoros, hay que avanzar incluyendo más frutos de la tierra”.

La nutricionista mira con preocupación la ausencia del tema de la alimentación en las plataformas políticas. 

“Parece que fuera una cuestión menor, y sin embargo es una temática central -asegura-. Sin embargo, hablan de cualquier cosa menos de comer. Las personas necesitamos alimentarnos, nuestro combustible es el alimento. Necesitamos comer, producir más y mejores alimentos a menor costo.” 

 

Entrevista realizada por RED ARGENTINA DE PERIODISMO CIENTÍFICO - TÉLAM 

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