Redes sociales: Los algoritmos están creando falsas autoridades
El creciente poder de los algoritmos está distorsionando quién es considerado un experto y, de manera aún más preocupante, está facilitando la proliferación de mentiras y ‘fake news’.
Tu feed de redes sociales se ha convertido en una vidriera de «expertos», no porque tengan conocimientos fundamentados sobre un tema en cuestión, sino porque el algoritmo los ha elegido para ser escuchados. A diferencia de la antigua Grecia, donde la oratoria y el arte de la persuasión eran habilidades valoradas al servicio de la razón, hoy, la pregunta no es quién tiene la razón, sino quién tiene la atención.
La autoridad epistémica, aquella que tradicionalmente se atribuía a individuos con conocimiento comprobado y reconocido, está siendo desplazada por lo que podríamos llamar «autoridad algorítmica». Esta nueva forma de influencia, que opera en el entorno de las redes sociales, provoca que las voces más visibles o populares se perciban como legítimas. El creciente poder de estos algoritmos está distorsionando quién es considerado un experto y, de manera aún más preocupante, está facilitando la proliferación de mentiras y fake news.
Los algoritmos están diseñados para maximizar la interacción en lugar de evaluar la veracidad del contenido que difunden. Por lo tanto, suelen mostrar primero los contenidos que atraen más la atención. En consecuencia, observamos una creciente cantidad de individuos que, simplemente acumulando una gran cantidad de «me gusta», adquieren una gran influencia. Esta dinámica ha permitido que las redes sociales se llenen de «falsas autoridades» que tienen un gran impacto en la opinión pública sin la debida legitimidad.
Observamos una creciente cantidad de individuos que, simplemente acumulando una gran cantidad de ‘me gusta’, adquieren una gran influencia
En su análisis sobre el poder social de los algoritmos, David Beer explica cómo estas herramientas no solo organizan y filtran datos, sino que también pueden determinar qué es relevante o digno de atención. Este proceso, que es invisible para los usuarios, determina la visibilidad de ciertos actores sobre otros, lo que tiene un impacto significativo en quién es percibido como una autoridad en un tema en particular. Se podría decir que, según la teoría del actor-red, los algoritmos actúan como «actantes», ya que tienen la capacidad de impactar en la vida de las personas y en los procesos sociales, económicos y políticos.
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Además, el poder de los algoritmos radica en su capacidad para filtrar qué contenido se muestra a cada usuario, y este contenido no siempre es el más veraz, sino el más sensacionalista o emocionalmente atractivo. Los usuarios se han vuelto más propensos a compartir información falsa, no necesariamente por maldad, sino porque los sistemas de recompensas en redes sociales fomentan la difusión de contenido que recibe reconocimiento. Este enfoque algorítmico prioriza el engagement sobre la precisión, lo que facilita la propagación de mentiras a gran velocidad y alcance.
Este ciclo es reforzado por lo que Ziva Kunda denomina el «razonamiento motivado». Un sesgo psicológico donde las personas tienden a buscar y compartir información que confirma sus creencias preexistentes, ignorando cualquier evidencia contraria. Además, el entorno digital facilita la creación de «cámaras de eco», espacios donde los usuarios interactúan únicamente con personas o fuentes que comparten su ideología, lo que no solo refuerza sus creencias, sino que también las radicaliza.
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El filósofo Bernard Williams argumentó que la libertad de expresión no garantiza la veracidad del discurso público y que, en realidad, el discurso puede estar guiado por intereses que distan de la sinceridad y la precisión. En esta situación, Williams dice que los ciudadanos son víctimas de un «autoengaño colectivo» en el que se confunde la verdad con lo que se espera que sea verdad. Esta distorsión se ve agravada por la creciente moralización de la política, caracterizada por fomentar el odio hacia los «otros».
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Foucault demostró que el poder está intrínsecamente relacionado con el conocimiento y la verdad; aquellos que controlan la producción y distribución del conocimiento también tienen el poder de definir la verdad en una sociedad. Este enfoque nos permite ver que el problema no es solo la existencia de «falsas autoridades», sino cómo estas son legitimadas por un sistema de poder que opera a través de algoritmos. Por lo tanto, estos algoritmos no solo filtran y ordenan la información, sino que también contribuyen a la producción de la verdad, en el sentido foucaultiano, al determinar qué es visible y qué se mantiene en la sombra. Esta falta de transparencia impacta negativamente nuestra capacidad de identificar la verdad en una era en la que la información abunda.
Por Óscar Bodí, director y fundador de Folks Brands en Ethic