Los payamédicos regresaron a los hospitales de Bahía Blanca

Por la pandemia se vieron obligados a dejar las actuaciones presenciales. Pero la semana pasada pudieron retornar.

Salud 01/05/2022 Hora: 14:46
Los payamédicos regresaron a los hospitales de Bahía Blanca
Los payamédicos regresaron a los hospitales de Bahía Blanca

“Yo no sé si mi hija se curó por la visita de los payamédicos, pero sí estoy segura que su mejoría comenzó desde ese día”. (Erica, mamá de Carla, quien estuvo internada un par de meses en la sala de Pediatría del Hospital Penna a causa de un virus que los médicos no lograban controlar).

La actividad de los payamédicos se hizo conocida por la película protagonizada por Robin Williams en la que se cuenta la historia de Patch Adams, el médico al que se lo conoce como el creador de la risoterapia. 

Por esto, se cree que sólo pueden serlo quienes estudiaron medicina, pero en realidad cualquiera puede volverse un paya, el único requisito es tener más de 18 años.

Su objetivo es, a través de intervenciones escénico-teatrales, contribuir a la salud emocional del paciente hospitalizado. 

En definitiva, buscan ofrecer momentos de distracción recuperando los aspectos sanos, mejorar la relación médico-paciente y mantener un estado de ánimo optimista sostenido.

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En nuestro país, Payamédicos es una ONG sin fines de lucro que se conformó en 2003 por el médico psiquiatra y actor José Pellucchi.

En Bahía Blanca, por inquietud de la bioquímica Cristina Severini y un grupo interdisciplinario que la acompaña desde el primer día, la primera presentación fue el 6 de enero de 2009 en el nosocomio provincial.

Aunque la pandemia frenó parcialmente la aplicación del arte escénico en el ámbito de la salud (algunos miembros del grupo decidieron realizar intervenciones en forma virtual), los payamédicos locales volvieron a salir a escena nuevamente la semana pasada. Los pacientes, agradecidos...

 

Los primeros pasos

“En 2008 estaba haciendo teatro vocacional, pero no me terminaba de complacer. En ese momento me comentaron de un grupo en Buenos Aires que se disfrazaba de payasos para visitar los hospitales. Así que viajé hacia allí para rastrear al creador de esta idea, el doctor José Pellucchi. Lo encontré en el Udaondo y ese mismo día me dejó presenciar una actuación”.

Así fue como Cristina Severini se entusiasmó con la posibilidad de desembarcar la idea en Bahía Blanca.

Enseguida encontró eco en Guillermina Casquero, Patricia Berdugo, Patricia Salamoni y Gabriela Solé, quienes aún hoy integran el espacio, y el apoyo económico y logístico del doctor Alberto Taranto, por aquellos entonces director del Penna.

 “Al poco tiempo vinieron a Bahía para dictar un curso introductorio. Fuimos alrededor de 30 personas. La capacitación terminó en septiembre de 2008, pero hasta el 6 de enero de 2009 no nos animamos a realizar la primera presentación formal”.

Y desde ese día Payamédicos no para de crecer, a tal punto que hoy ya son más de 300 sus integrantes.

“Arrancamos una vez por semana en el Penna, donde visitábamos pediatría y algunas salas clínicas. Al segundo año sumamos el hospital Municipal en nuestra ronda de visitas”, rememoró Severini, quien se desempeñó 35 años como bioquímica en el Hospital Interzonal y hace 6 que está jubilada.

“Los payamédicos trabajan en dupla. Al principio nos costó conformarlas, pero ahora el trabajo está consolidado. Los primeros pasos no fueron fáciles. Por ejemplo, a mí me afectaba mucho psicológicamente, porque al trabajar en el propio hospital veía el deterioro que iba sufriendo ese paciente que unos días antes habíamos visitado”, reconoció.

Antes de la pandemia hacían tres días en el Penna (martes, viernes y sábados) y al Municipal iban los miércoles en doble turno y los sábados.

“Teníamos previsto desembarcar en otros hospitales, como el Italiano y el HAM, pero la pandemia postergó todo”.

Incluso hasta la semana pasada sólo podían acceder a los espacios abiertos de los nosocomios, ya que recién el jueves pasado llegó la autorización para ingresar a las distintas salas.

“Toda la presentación es trabajada. Hay muy pocas cosas que se improvisan. El primer paso es el vestuario, que es todo casero. Y en los diálogos hay palabras que no se pueden pronunciar o bien tocar temas que puedan afectar emocionalmente a la persona internada. Por eso, antes de ingresar a la habitación, estudiamos la historia clínica del paciente y tratamos de informarnos de los gustos personales con los familiares”.

 

Momento de formación

Milagro Piro y Damián Dorado Foglia se transformaron en los primeros formadores locales, lo que facilitó el crecimiento del grupo.

Precisamente, Dorado Foglia es psicólogo social y actual miembro de la comisión directiva a nivel nacional de la Asociación Civil Payamédicos.

“Me convertí en formador porque siempre me interesó la docencia. Y aunque soy psicólogo, primero fui payamédico. Integro la organización desde 2006, aún antes que la idea llegara a Bahía Blanca. Y me recibí en 2008”.

Foglia cuenta que en los talleres se han formado alrededor de 400 payamédicos de Bahía Blanca y la región, pero eso no quiere decir que todos desarrollen la actividad.

“Muchas personas lo realizan como un aporte más a su vida o a su profesión. Por ejemplo, vienen muchas docentes o maestras jardineras, que luego emplean la técnica con sus alumnos”.

Para ser payamédico se necesitan dos condiciones: ser mayor de 18 años y completar dos cursos.

“El primero es teórico y se basa en la payamedicina, en el que se aportan fundamentos para desarrollar la actividad. Y después viene el taller de payateatralidad, en el que se brindan las herramientas para construir el personaje”.

“La formación es bastante estricta, porque hay palabras que no se pueden utilizar. Todo es muy cuidado y lo denominamos el “decir ético”. Ninguna palabra puede remitir al paciente a su situación real, que sería la enfermedad o afección por la cual está internada. Por el contrario, la idea en ese momento es potenciar la fantasía, la creatividad y la imaginación. Y el objetivo es contagiarlo de energía y alegría”.

Desde hace algunos años, los payamédicos dejaron de lado las narices rojas, que fueron reemplazadas por otras naranjas, por la referencia a la sangre. La amarilla fue descartada por la resonancia con la ictericia, la verde con la bilis y la azul con la cianosis.

Tampoco pueden vestirse de negro, marrón o colores relacionados con la tristeza. Pero ese no es el único aspecto que tuvieron que revisar y modificar, sino que cada persona que emprende este camino tiene mucho que cambiar.

Uno de los puntos principales es la forma de hablar, aprendiendo a tener un discurso potente, desterrando la palabra no: El “menos mal” se reemplaza por el “qué suerte”, cuando algo parece lindo no puede decir “ay, me muero” y cientos de ejemplos iguales.

No usan telas porosas porque trasladan bacterias y los vestuarios deben ser lavados después de cada visita al hospital. No pueden tener parches, apliques, costuras exageradas o bordes desprolijos porque remiten a las cicatrices y marcas en la piel. Símbolos, asimetrías, personajes conocidos también quedan fuera. 

Tampoco hay guión. Están dispuestos a construir el juego para la ocasión. Por eso los payamédicos tienen formación teatral y de cuestiones básicas vinculadas al concepto de salud, bioseguridad y sobre en qué lugares no hay que meterse. Por ejemplo, no nombran al corazón. 

“Trabajamos con la potencia, no con la falta”, acota Dorado Foglia.

Cuando un paya entra a una sala de internación, pacientes y hasta enfermeros, maestranzas y médicos se vuelven “producientes”: todos son parte de la producción, que puede terminar en un partido de fútbol con una pelota imaginaria, un coro o un acto de magia. 

Un payamédico ingresa a una sala a meterse en una situación que puede ser dramática, tediosa o angustiante para quienes la viven. Su desafío más fuerte es no perder su personaje, vean lo que vean.

“Recién la semana pasada nos permitieron volver a las salas de los hospitales. Veníamos trabajando en espacios abiertos, al aire libre y extremando todos los cuidados de protección sugeridos. En estos dos años de pandemia las presentaciones fueron virtuales, lo cual no fue sencillo de escenificar, pero creo que salió muy bien y fue una experiencia enriquecedora”.

El humor es un medio para transitar situaciones difíciles.

“Para ser payamédico hay que tener vocación. Siempre lo recalco en los talleres de formación”. 

Hoy la ONG transita momentos muy interesantes de federalización. 

“Queremos llevar la actividad a todos los rincones del país, porque sabemos que es muy útil en el proceso de salud. Y es una institución que brinda muchísimas actividades de crecimiento, como pueden ser de organización, logística y producción, por mencionar algunas”.

En ese tren, Bahía es una de las ciudades que más payamédicos tiene. 

“Y eso se logró con el esfuerzo de muchas personas, que confiaron en esta idea y lograron posicionarla”.

En estos momentos están organizando los nuevos cursos de formación. Pueden consultar en la casilla de email [email protected]. También lo pueden hacer en Facebook en Payamédicos en Bahía Blanca.

“La verdad que no esperaba que el grupo creciera tanto. El desafío es recuperarnos para ver cuántos quedamos en total tras la pandemia. Yo, por ejemplo, no hice ninguna presentación en estos dos últimos años”, señaló Cristina Severini.

Y agregó: “Tenemos que tener mucho cuidado con las presentaciones, porque el límite es muy pequeño. A veces hay gente que le duele nuestra alegría, porque es feo cuando una está triste que el otro se esté riendo. En ese sentido, somos muy respetuosos y cuidamos cada detalle”.

 

En primera persona

“Yo no sé si mi hija se curó por la visita de los payamédicos, pero sí estoy segura que su mejoría comenzó desde ese día”, señaló Erica, mamá de Carla, quien estuvo internada un par de meses en el Hospital Penna a causa de un virus que los médicos no lograban controlar.

“No es justo que diga que mi hija se recuperó por los payamédicos, porque estaría quitándole mérito al resto del sistema de salud, que hizo muchísimo para que ella saliera adelante”, agregó.

Reconoció que dudó cuando le solicitaron autorización para ingresar a la habitación de su hija.

“No era bueno el momento que transitábamos. Todo era angustia e incertidumbre, pero después pensé que no perdíamos nada. Vinieron a la habitación y en 20 minutos el estado de ánimo de todos nosotros cambió. Y a partir de allí, mi hija empezó a evolucionar. Lo que también me sorprendió es que, en la segunda visita, a la semana siguiente, siguieron la historia como si la anterior hubiera terminado 5 minutos antes”.

 

(La Nueva)

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