HISTORIA DE VIDA

“Soy nieta del Cacique Raninqueo” Chela Martinez cuenta su historia familiar desde La Colina

Raíces originarias, un malón y un revolver debajo del delantal. Compartimos la historia de Chela Martínez.

Sociedad 09/04/2024 Hora: 11:11
“Soy nieta del Cacique Raninqueo” Chela Martinez cuenta su historia familiar desde La Colina
“Soy nieta del Cacique Raninqueo” Chela Martinez cuenta su historia familiar desde La Colina

Jamás olvidar de dónde venimos es la premisa más importante de la vida. Tener presente nuestra historia, aquella que protagonizaron nuestros antepasados y continúa sin ellos, con sus marcas arraigadas en cada línea de tiempo y generación, es una tarea obligatoria de nuestra sociedad… Nuestras raíces dicen mucho de nuestra esencia y Chela Martinez, descendiente del Cacique Andrés Raninqueo, siempre lo ha tenido presente.

La abuela Inés y sus orígenes

“Yo nunca tomé dimensión...Para mí, mi mamá era la hija de una india”, reflexiona Chela, sentada en el living de su hogar en La Colina.

Su historia familiar, tal como la conoce, comenzó en el siglo pasado teniendo como contexto uno de los episodios más turbulentos de la historia Argentina: los Malones ocurridos a fines del siglo XIX.

“Mi abuelo, Domingo Lopez, peleó con el último Malón en la zona de Tres Arroyos -explica con templanza-. En ese revuelo, se robó a la hija del cacique Raninqueo, se la llevó y después se casaron”. Esa joven se llamaba Ines y fue la abuela materna de Chela. En la actualidad, escuchar historias de este tipo parece de locos. “Un verso”, ríe nuestra entrevistada. Sin embargo, en aquellos años, fines de 1800, que durante los malones se llevaran ganado, alimentos e incluso a personas cautivas, era algo “normal”.

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Luego de contraer matrimonio, Domingo e Ines se asentaron en una chacra en el partido de Tres Arroyos y tuvieron cinco hijos, cuatro varones y una mujer: Celia, la mamá de Chela.

“Mami era muy chica cuando perdió a su mamá, a los ocho años”, recuerda con dolor y continua: “Y mi abuelo se quedó solo con los seis hijos, él se iba a trabajar a un puesto en el medio del campo, se llevaba a los más grandes, que tendrían diez, doce y catorce; y mamá se quedaba con el más chico, lo terminó criando ella”.

Chela recuerda las anécdotas de su mamá, de cómo a tan corta edad, sola con un bebé durante casi todo el día en el medio de la nada, la acechaban los ruidos de las lechuzas y los chimangos e incluso la intrusión de meros desconocidos que hacían paradas en las casas de la gente exigiendo asilo y comida, muchas veces, haciendo daño a quienes los atendían.

“Antes había muchos caminantes y un gran temor a ellos, entonces mamá siempre tenía mucho recaudo y debajo del delantal tenía un revólver -explica Chela-. Ella me contaba que una vez, vio que un tipo se le venía y le disparó un tiro”. Celia estaba sola ese día y la única manera que encontró para defenderse de aquel desconocido, era aquella.

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El abuelo Domingo y sus enseñanzas de vida

“A mi abuelo lo conocí, era muy instruido”, cuenta con orgullo Chela, haciendo referencia a su abuelo Domingo. Vivió hasta los 109 años, un español desde la cabeza hasta las puntas de sus pies, que había arribado a Argentina luego de la Gran Guerra y poco sabía de leer o escribir en ese entonces. “Él te explicaba la vida, sabía de yuyos, de medicina natural -recuerda-. Una vez, mi hermano se había quemado el brazo, lo llevaron al hospital y lo vendaron pero, cuando fue sanando, se le quedó pegado el brazo y mi abuelo lo empezó a curar.con agua de alfilerillo”, determina Chela y agrega entre risas: “Yo no sé cual es esa planta, nunca aprendí cuál era, pero cicatrizaba, lo curó”.

A pesar de ser casi un botánico, Chela recuerda a su abuelo siempre en su querida Matera.. Un espacio lindero a la casa principal, donde tenía un fogón para cocinar y calentar el agua para el mate, cuyo protagonista era una rueda (de los carros) de hierro. “Tenía una pava grande, él siempre tenía agua caliente”, sonríe nuestra entrevistada, pareciera como si estuviera visualizandolo, con su vestuario simple y sus queridas alpargatas.

“Él vivía ahí, en la matera, ahí hacía churrascos, carneaba los animales que tenía y hacía Charqui porque no había heladeras, así que salaban la carne, la secaban y la colgaban”, nos cuenta y explica: “Cuando ellos querían consumir, la ponían en agua, se volvía a hidratar y ahí la consumían, la cocinaba en ese fuego y la ponía en la ceniza”. Chela suspira con deleite al recordar el sabor y finaliza: “Él nos decía: ‘Coman, hijos, coman esto, que así no se van a enfermar nunca”.

Y así fue, Chela se encuentra en las vísperas de sus 80 años y está más radiante que nunca.

La Colina en pleno apogeo

Chela llegó a La Colina con tan sólo tres años. Hasta ese entonces, Aroldo, su padre, había estado trabajando en la Estancia La Gloria, perteneciente a la familia Santamarina. Cuando las propiedades se dividieron, siguiendo los pasos de su jefe, Don Alfredo, Aroldo fue trasladado junto a su familia, a la bellísima Estancia La Colina. Chela recuerda absolutamente todo el viaje, y así lo explica: “Tomábamos un tren en Laprida hasta Olavarría, ahí bajamos y subimos hasta acá, me acuerdo que llegamos de noche a Colina y nos estaban esperando en la Estancia”.

La Colina estaba en pleno auge en ese entonces, Chela recuerda aquella época con un gran fervor:
“Papá trabajó 46 años con Santamarina… Había tanta gente trabajando, era maravilloso, se ocupaba mucha gente porque todo se hacía a fuerza de pulmón, no es como ahora que toda tecnología”, explica. La gente estaba ocupada en todo momento, si no era trasladándose en carro, era ocupándose de los alambrados, esquilando animales o cosechando (proceso que llevaba mucho más tiempo que ahora).

“Me acuerdo de ir a buscar carne a la carnicería, que primero iba con papá cuando era chica y después sola, la leche… Adentro (en la casa principal), en el escritorio, había rejas de bronce, y ahí dejaban las cartas del personal”, suspira Chela.

Los recuerdos de las tardes jugando a las bochas o andando en sulkys tamaño mini acarreados por petisos se entremezclan con los viajes, primero a caballo y más tarde en bicicleta, hasta la escuela para poder finalizar sus estudios. “Fue maravilloso, yo tuve una infancia y una juventud tan lindas…”, determina.
Toda una vida en el Hospital “Eliseo Mañay”

Cuando Chela finalizó la escuela, no podía permitirse ir a estudiar a otra ciudad -las mujeres no tenían muchas opciones-, así que decidió alimentar su espíritu curioso y ansioso de nuevos aprendizajes, capacitándose.

“Hice Comercial, que estaba acá, aprendí a coser, a bordar a máquina, trabajé en casas de familia, en una librería, en el campo y, sobre todo, en la Estancia La Querencia”, explica Chela.

A los 20 años, se encontró en uno de los lugares que más amó, donde se sintió ella misma y pudo desarrollarse profesionalmente de la mano de excelentes compañeros: el Hospital “Eliseo Mañay”
“El trabajo me lo dio el doctor Casemayo, que era intendente, y Rollery, que era farmacéutico de la localidad”, recuerda Chela con emoción y expresa: “Mi trabajo en el hospital era mi vida, yo entré como cocinera y lavandera, me acuerdo que lavaba la ropa con la tabla en los piletones”.

Eran, sin lugar a dudas, épocas muy distintas. No existían los lavarropas y la luz solamente funcionaba de 16:00 a 00:00 hs., según el horario establecido por la Usina que brindaba el servicio a la localidad. La visibilidad en el hospital, que en ese momento admitía internaciones y partos, quedaba reducida a la potencia de los faroles.

“Después, antes de que se instalara el área de psiquiatría, se jubila la enfermera que estaba en ese momento y viene la doctora Broto, que era la directora de salud, y le dice al doctor Tello, que era el director del Hospital, que yo pasaba a enfermería”, dice Chela y explica: “Yo siempre andaba detrás de la enfermera, aprendiendo, el doctor me enseñaba y a mi me encantaba”.

Chela encontró su lugar en el mundo en el hospital. Un camino que no pensó seguir y por el que el destino la guió durante 36 años que, repletos de buenos recuerdos, consolidó un amor vocacional tan grande que, incluso cuando se excedió de años trabajados y tuvo que jubilarse, la llevó a trabajar cuatro años más en una institución médica de la Colonia II de Coronel Suárez. “Las personas que yo he suturado… No te das una idea… Me encantaba”, sonríe con nostalgia.

Hoy, contándonos su historia, volviendo a un pasado que no es tan lejano en el tiempo y que, sin embargo, parece infinito si lo medimos con los recuerdos, Chela le sonríe orgullosa a la vida, teniendo presente sus raíces que la atan firme a la tierra.

“Buscando fotos, mirando las que tengo, digo: ‘Por Dios, por todo lo que yo he pasado”, revela Chela mientras ríe y finaliza: “Y lo viví plenamente… Disfruté de todas esas cosas”.

 

 

Nota publicada por el área de prensa del Municipio de General La Madrid

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