LA HISTORIA OFICIAL

Los lugares de batalla como espacios de memoria en el Sudoeste Bonaerense

Educación 26/06/2021 Hora: 18:27

Por María Cecilia Panizza*

 

Las marcas en el terreno son producto de procesos sociales que se concretan en un paisaje y lo moldean, afectando la relación entre comunidad, identidad y territorio. La noción de pertenencia expresada en la identidad local se construye históricamente, y se plasma en ciertas representaciones sociales ancladas en el tiempo y en el espacio, como es el caso de los monumentos, que son productos intencionales que ligan el presente con la memoria de un grupo.

En las comunidades del sudoeste bonaerense es común observar una evocación al pasado mediante representaciones que celebran la “conquista del desierto”, reivindicando tanto la lucha contra los indígenas y la colonización del territorio por los europeos y sus descendientes, como el ideal de “progreso”. Esta evocación se materializa en monumentos conmemorativos que señalan lugares con un significado histórico, mediante los cuales se actualiza el reconocimiento y apropiación de la memoria histórica. Pueden ser considerados como “lugares de memoria”, donde se cristaliza y se refugia la memoria colectiva, que los seres humanos o el tiempo transforma en un elemento simbólico del patrimonio de la comunidad. Esto sucede con determinados sitios donde se han desarrollado batallas importantes durante la segunda mitad del siglo XIX, que se caracterizan por ser enfrentamientos entre dos grupos étnicos distintos, que representan dos formas de vida diferentes, los “indios” y los “blancos”. 

Monolito de la Batalla de Pigüé (1858)

 

En primer lugar, puede mencionarse la batalla de Pigüé (partido de Saavedra). En 1857 el gobernador de Buenos Aires, Valentín Alsina, reorganizó el Ejército de Operaciones del Sur al mando del coronel Nicolás Granada. En diciembre de 1857 el ejército avanzó hacia el sudoeste dividido en dos columnas, que se unen en febrero de 1858 en las vertientes del arroyo Pigüé, donde se prepararon para la batalla. El 16 de febrero empezó la refriega, tras una lucha encarnizada la historia oficial afirma la victoria de los militares y que los indígenas huyeron y abandonaron sus toldos; pero otras versiones sostienen que los indígenas alternativamente simularon cargas y desbandes cuando el cañón disparaba, jineteando y haciendo círculos con las lanzas, en ese caso el triunfo correspondería a las huestes de Calfucurá, quienes fatigaron a las fuerzas militares para luego retirarse a Chilihué con sus rebaños, familias y cautivos. A mediados del siglo XX, en el sitio de la batalla la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos levantó un monumento con una placa de mármol que recuerda este hecho de armas.

 

Monolito de la Batalla de Paragüil (1876)

 

En segundo lugar, se recuerda la batalla ocurrida en las cercanías de la Laguna de Paragüil (partido de General Lamadrid). Entre diciembre de 1875 y enero de 1876 se produjo la invasión Grande, en marzo de ese último año batieron a los indios de Epumer, quien era el hermano de Namuncurá, en las horquetas del arroyo Sauce; y otra serie de choques hasta que, finalmente, en marzo de 1876 se produjo un enfrentamiento entre el ejército al mando del coronel Nicolás Levalle y las fuerzas de Namuncurá y Catriel en la Laguna Paragüil, donde los militares se llevan la victoria. En el año 1938 se construye un monolito en el lugar, a instancias del Museo Histórico de Luján; y en el año 1976, cumpliéndose el centenario de este acontecimiento, se coloca una placa de recordación sobre el monolito, bendecida previamente.

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Y por último, mencionamos una batalla que no tiene monumento asociado. En 1877 se desarrolló el combate de Curamalal Chico, en cuyas pendientes los indios de Namuncurá y Catriel esperaron el ataque del ejército asentado en el Fuerte y Comandancia de Puan, el saldo de esta batalla fue la derrota y huída de los indígenas según las fuentes oficiales. El episodio subsiste en la memoria de los pobladores, en las fuentes oficiales de la época y en la bibliografía, pero ningún monumento se levantó en el lugar de los hechos.

 

>> Los campos de batalla como expresiones discursivas son coherentes con la historia oficial, a partir de la cual se producen sentidos que son funcionales para el Estado y que pueden ser revitalizados cuando la situación lo amerite <<

 

La importancia de la activación patrimonial de los campos de batalla como espacios de memoria reside en la visibilización de las identidades de quienes participaron. Mediante el reconocimiento de estos sitios se produce la identificación y evocación de un pasado histórico que se sobre-imprime sobre el pasado prehispánico, invisibilizando los miles de años de ocupación indígena. Los campos de batalla como expresiones discursivas son coherentes con la historia oficial, a partir de la cual se producen sentidos que son funcionales para el Estado y que pueden ser revitalizados cuando la situación lo amerite (por ejemplo en la conmemoración del evento). Estos monumentos demarcan el espacio con una intencionalidad de perduración en el tiempo. Algunos de ellos han logrado persistir en la memoria local de las poblaciones en un proceso de actualización y reactivación de espacios de memoria, otros en cambio no. 

 

*Miembro en Centro de Estudios Arqueológicos Regionales, Universidad Nacional de Rosario.

 

 

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