SAAVEDRA - PIGÜÉ

¿Qué pasa con las escuelas rurales en el distrito de Saavedra?

En pocos años cerraron 9 de 15 establecimientos rurales. El éxodo a la ciudad es el principal motivo.

Educación 27/06/2023 Hora: 16:24
La Escuela N° 17 del paraje La Tigra, a unos 15 kilómetros de Pigüé, que supo convertirse, poco después, en corral de animales durante las noches.
La Escuela N° 17 del paraje La Tigra, a unos 15 kilómetros de Pigüé, que supo convertirse, poco después, en corral de animales durante las noches.

Un total de 9 de 15 escuelas rurales que se emplazaban en el distrito de Saavedra –una zona agrícola-ganadera en el sudoeste bonaerense– que supieron tener gran esplendor en épocas en las que el campo era el motor de los pueblos y la zona se colmaba de peones con familias numerosas, debieron cerrar sus puertas por falta de matrícula.

Se convirtieron en edificios abandonados, muchos de ellos producto de actos vandálicos, aunque, en dos de estos casos funcionan a partir de comodatos, espacios que llaman la atención: fábrica de cerveza artesanal, en el caso de la Escuela N° 28, y templo religioso en la N° 21, situada en el paraje La Tramontana.

En un relevamiento elaborado por el Consejo Escolar de Saavedra, da cuenta de la condición de cada escuela y de las distintas fechas de sus cierres, que comenzaron paulatinamente a principios de 2000.

La escuela rural 17, en el paraje La Tigra, abandonada después del cierre.

El primer cese fue la de una de las instituciones más emblemáticas, la Escuela N° 17 del paraje La Tigra, a unos 15 kilómetros de Pigüé, que supo convertirse, poco después, en corral de animales durante las noches debido a sus abundantes pastizales en tiempos de sequía; luego fue un vivero habitado por un matrimonio que oficiaba de casero y hoy luce con grandes deterioros edilicios.

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“Suelo pasar por allí y me invade una profunda tristeza porque viví momentos felices, tal vez los más lindos de mi vida. La escasa matrícula se veía venir, éramos solo dos alumnos los últimos tiempos y la misma maestra me buscaba por mi casa y me llevaba hasta el paraje, donde estaba la escuela, como una forma de resistir. Cuando Elsa Mon, la maestra, murió repentinamente, nunca más abrió”, recuerda Mauro Crespo (35), albañil, bombero voluntario y padre de familia que dice con orgullo ser “nacido y criado en Saavedra”.

Mauro Crespo recuerda con nostalgia sus días como alumno de la Escuela N° 17.

“Jamás me destaqué por mis notas. El mejor ejemplo es que, como digo, éramos dos y la maestra ni siquiera me elegía como escolta del abanderado, mi único compañero. Eso sí: desde las 8 hasta las 14 estábamos allí aprendiendo de todo, huerta, pintura, mantenimiento del patio. La escuela era un vergel y nuestros recreos se disfrutaban en medio de la libertad del campo, con actos patrios inolvidables repletos de público”, evoca.

Cuando el candado finalmente se colocó en la tranquera, Mauro sintió un cierto escalofrío. Hoy, cuando viaja a Pigüé, suele pasar por esa vieja construcción que sobresale detrás de los pastizales: “Todavía puedo verme con el guardapolvo lleno de barro, subido al tobogán y haciendo renegar a Elsa”, evoca.

El cordón serrano que es parte del paisaje de Saavedra, de 2.500 habitantes en el sudoeste bonaerense.

Si bien en los últimos tiempos las autoridades educativas procuraron acompañar los avances tecnológicos colocando, por ejemplo, torres para que pueda llegar Internet, este proceso terminal no deja de ser la crónica de una muerte anunciada para las que aún restan en pie.

“Si queremos que haya cada vez más desarrollo y producción, debe haber gente en los campos y brindar las condiciones. Donde hay una escuela hay garantías de derecho e igualdad de oportunidades. Muchos factores entraron en juego para llegar hasta acá, desde el modelo agropecuario hasta la falta de transporte. El resultado son nueve escuelas cerradas”, sostiene Sandra Simon, presidenta del Consejo Escolar saavedrense, quien dijo que la situación del distrito no es ajena a la de otros tantos territorios del país.

“Cuando una escuela se cierra impacta de manera negativa. Uno de los casos, en el paraje La Tramontana, donde se emplaza la escuela N° 21 que cerró en 2015, por sus grandes dimensiones da cuenta de la gran cantidad de alumnos que supo albergar”, agrega, para señalar que lo mismo sucedió con la N° 32 de El Cortapié, en cercanías del distrito de Puan, que hoy se encuentra deteriorada por el paso del tiempo y supo concentrar a una gran comunidad educativa.

“Nucleó a una enorme cantidad de familias de propietarios o peones de campos y tuvo vida propia hasta que el modelo rural cambió y dio paso a las migraciones frecuentes y a la búsqueda de nuevas oportunidades de progreso. Las escuelas rurales, junto con los almacenes de ramos generales y los clubes generaron un ambiente de socialización y de construcción simbólica del lugar y de la identidad rural, no solo para los niños sino para todos los habitantes”, advierte.

Así, el rol de las escuelas rurales fue doble: en primer lugar, organizó en torno a ellas comunidades que fueron responsables de construir un modelo estable y rico en términos de vida social e identidad local.

“Un modelo que tuvo como actor principal a las familias de productores agropecuarios y de peones rurales que vivían en los campos. Los eventos festivos y el encuentro fueron moneda corriente por décadas. En esta línea, es menester reconocer el importante papel que las escuelas en contexto rural han cumplido y lo siguen haciendo en sus entornos en cuanto a funciones sociales, educativas y culturales renovando la obligación del Estado como custodio de la conservación y resguardo del patrimonio que aún representan”, reflexiona.

Más allá de los edificios expuestos, el resto de los que cerró sus puertas son la Escuela N° 4, en colonia San Pedro, que durante mucho tiempo permaneció usurpada y hoy se encuentra en estado general de destrucción y abandono; N° 13 José Manuel Estrada, en colonia El Trigo, cerrada en 2007; N° 19, en paraje Los Cerritos, que cesó su actividad en 2012 y N° 20 Mariano Moreno, ubicada sobre la Ruta Nacional 33, todas con evidencias de abandono, destrucción y vandalismo.

Completan la lista la Escuela N° 21 que actualmente es ocupada por un monasterio denominado “Transfiguración de Cristo”; la N° 24 cercana al paraje La Himalaya; la N° 28, en el paraje La Norma, con un comodato de uso particular para un proyecto productivo de cerveza artesanal y la N° 32 de El Cortapié, destruida por el paso del tiempo, según consta en el informe.

Mabel Holl dio clases en 2009 en la escuelita de La Norma y un año después cerró. Todavía rememora aquellos tiempos con nostalgia. “Era una segunda mamá. La maestra rural es mucho más que un docente, es quien se encarga de hacer un mandado en el pueblo, de trasladar a un chico, de llevar una carta…”, define hoy, ya jubilada.

Mabel Holl en 2009 junto a sus alumnos.

En su momento, la propia presidenta del Consejo Escolar elevó un proyecto que tuvo como finalidad poner en valor el patrimonio educativo, cultural y social que representan los edificios en cuestión, así como también preservar y conservar estas instituciones en cuanto bienes del Estado. Incluso se habló de fomentar el turismo local y las actividades productivas regionales a instancias de estas legendarias escuelas.

Sin embargo, nada de todo esto, finalmente, prosperó y las razones fueron de índole política.

 

“Nunca más se abrirán”, dijo un dirigente rural

Néstor Filócomo, histórico dirigente de la Asociación Rural de Saavedra, y explicó las razones por las que, dijo, los campos han quedado en manos de gente “que no es del palo”, es decir, profesionales o empresarios. Por lo tanto, sin peones con familias y, como consecuencia, escuelas que “nunca más se abrirán”.

Néstor Filócomo, histórico dirigente de la Asociación Rural de Saavedra.

–¿Por qué está tan seguro?

–La tendencia es que las tierras pasan a otras manos, la rentabilidad cambió al ritmo del modelo, ya no hay peones ni familias interesadas en vivir aquí. Incluso, muchos manejan los campos a través de una computadora o bien se dan una vuelta solo de vez en cuando para ver cómo está la hacienda.

–¿Qué piensa usted de eso?

–Que no está ni bien, ni mal, es simplemente una realidad. Hoy casi todos eligen “poner los huevos en distintas canastas” y la figura del chacarero desapareció por completo. Claro que, por todo esto, los pueblos también se han modificado.

–¿Qué tipo de producción prevalece en Saavedra?

–Saavedra es una zona de producción mixta, es decir, se trabaja en agricultura y ganadería. Si bien no hay grandes riquezas, tenemos de todo un poco. La tecnología ayudó a mejorar la producción agropecuaria, aunque en lo referido a la ganadería la rentabilidad sigue siendo muy escasa. Hoy, una unidad productiva viable y rentable debe tener, al menos, entre 800 y 1000 hectáreas.

–¿Le apena este nuevo escenario?

–Es lo que viene. Durante años los pobladores nos resistíamos al cierre de las escuelas y, aunque muchas empezaban a cerrar, igualmente los vecinos nos acercábamos para mantenerlas, conservarlas, cortar el pasto, pintar un aula… Todo esto se terminó. Estamos frente a la etapa final y, repito, estas escuelas nunca más abrirán sus puertas.

 

(Cecilia Corradetti para Clarín)

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