EL BAÚL DE LOS RECUERDOS

Bahía Blanca, la capital mundial del básquet

En 1971, el seleccionado de esta ciudad del sudoeste bonaerense hizo historia: derrotó nada más y nada menos que a Yugoslavia, que un año antes había ganado el título del mundo.

Sociedad 29/06/2023 Hora: 15:42
Bahía Blanca, la capital mundial del básquet
Bahía Blanca, la capital mundial del básquet

Por Carlos Viacava

El martes 3 de octubre de 2017 se publicó en el Boletín Oficial la ley 27.380. Esa norma declaró oficialmente a Bahía Blanca “capital nacional del básquet”. Las recientes hazañas de Emanuel Ginóbili, Juan Ignacio Pepe Sánchez y Alejandro Montecchia como pilares de La Generación Dorada le hacían justicia a esa ciudad del sudoeste bonaerense. Sin embargo, mucho antes, el 3 de julio de 1971, Bahía Blanca ya había demostrado que era la capital mundial de ese deporte. Ese día, el seleccionado local le ganó nada más y nada menos que a Yugoslavia, que apenas doce meses antes había ganado el título del mundo.

Todavía no habían nacido Manu, Pepe y el Puma cuando en Bahía Blanca los aplausos se los llevaban Alberto Pedro Cabrera -un fenómeno sin tiempo-, el necochense José Ignacio De Lizaso y Atilio Fruet. Beto, de excelente manejo de la pelota, inteligencia para diseñar jugadas y muy buena puntería, era referente de Estudiantes. Polo era un luchador que no daba un rebote por perdido y también aportaba puntos con la camiseta de Olimpo. Y Lito quedó en el recuerdo como un líder que hacía gala de su personalidad ganadora en el mismo equipo de De Lizaso. Los tres fueron los antecesores directos de Ginóbili, Sánchez y Montecchia.

Muy lejos de Bahía. A unos 12 mil kilómetros, Yugoslavia dominaba el básquet en el contexto internacional. Subcampeón en el Mundial de 1967 en Uruguay, medalla de plata en los Juegos Olímpicos de México en 1968 y segundo en el certamen europeo del 69, le faltaba solo subirse al primer escalón del podio. Bueno, en realidad, no le faltaba, ya que con una formidable actuación del pivote Kresimir Cosic se alzó con el título mundial en el certamen desarrollado en 1970 justamente ese país balcánico.

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Atilio Fruet, Alberto Pedro Cabrera y José De Lizaso, próceres del básquet bahiense.

Meses después de esa consagración en la que relegó a Brasil y la Unión Soviética, Yugoslavia salió de gira y uno de los puntos que tocó fue Bahía Blanca. Seguramente, jamás se imaginó lo que estaba por suceder en su excursión por la Argentina.

 

UNA FIESTA LOCAL

Por ese entonces, esa pujante ciudad ubicada a más de 600 kilómetros de la Capital Federal tenía un solo gimnasio cubierto para la práctica del básquetbol. Le pertenecía a Estudiantes, uno de los equipos más poderosos de esas latitudes. Olimpo, en cambio, jugaba en una cancha descubierta, a cielo abierto, con frío y con calor. La dirigencia aurinegra decidió poner manos a la obra y techar su estadio. Se trataba de un esfuerzo enorme, pero valía la pena.

El 17 de octubre de 1970, Bahía se sumió en el dolor al conocerse la muerte de Norberto Tomás. Patito, de 21 años, era una de las figuras de Olimpo. Jugaba de base. Había viajado para reforzar el plantel de Estudiantes -el clásico rival de la ciudad- en un cuadrangular en Córdoba. Se desvaneció en medio de un partido contra Comunicaciones, el club del porteño barrio de Agronomía. Lo trasladaron de urgencia a un sanatorio, pero no lograron salvarle la vida.

Como no podía ser de otro modo, el gimnasio techado de Olimpo fue bautizado Norberto Patito Tomás. Un homenaje que le hacía justicia a una figura del deporte local que había fallecido vistiendo los colores del tradicional adversario de su equipo. Eran muy distintos aquellos tiempos en los que se hacían a un lado los colores propios para vestir los del rival de siempre si eso significaba dejar bien parado el honor de la ciudad…

Polo De Lizaso lleva la pelota perseguido por un yugoslavo.

 

EL CAMPEÓN SE LLEVÓ UNA SORPRESA

La inauguración del Norberto Patito Tomás fue a todo lujo. ¿Cómo no iba a serlo si la selección bahiense iba a enfrentarse con Yugoslavia, el flamante campeón del mundo? Por eso, las 3.500 localidades se agotaron con rapidez. Nadie quería perderse esa histórica velada.

En la delegación que arribó a la Argentina, el entrenador Ranko Zeravica incluyó a cuatro integrantes del plantel campeón del mundo: Vinko Jelovac, Dragan Kapicic, Nikola Plecas y Dragutin Cermak. No estaba Cosic, quien había conseguido autorización del régimen comunista de Josip Broz, conocido como Mariscal Tito, para jugar en la universidad mormona de Brigham Young, en el estado de Utah. El pivote yugoslavo fue el primer europeo que actuó en el básquetbol estadounidense.

Bill Américo Brusa, el técnico del seleccionado bahiense, reunió para la ocasión a los mejores jugadores de la ciudad. Sin embargo, no pudo contar con Lito Fruet, quien estaba lesionado. Ante esa ausencia, la confianza se depositaba en Cabrera, De Lizaso y Adrián Monachesi, un santafesino que llegó a la Capital del básquet -lo era desde antes de la ley 27.380- para desempeñarse en Olimpo. Ese trío tuvo una actuación memorable contra los balcánicos. De hecho, lideró la ofensiva en un partido que quedó instalado eternamente en la memoria de los amantes de ese deporte.

Los bahienses sabían que la única forma de contrarrestar el poderío yugoslavo era recurrir a una ofensiva rápida, transiciones veloces y, especialmente, hacer todo lo posible para hacer que los gigantes balcánicos estuvieran lejos de la zona pintada. Los europeos tenían en sus filas a inmensas torres como Radivodje Zivkovic (2,07 metros), Jelovak y Damir Ivkovic (2,06), Zarco Zacevic y Mireljub Damnjanovic (2). El único bahiense que podía combatir con ellos en las alturas era el juvenil Adolfo Scheines, que despegaba del piso 200 centímetros.

Jorge Monachesi, el goleador de Bahía Blanca, en acción.

Con el Beto Cabrera diseñando los ataques y acertando cada vez que buscaba el aro, con De Lizaso y Monachesi -máximo anotador del dueño de casa, con 19 puntos- siendo una pesadilla, Bahía Blanca sorprendió a los balcánicos. Las crónicas de la época hacen hincapié en la intensidad defensiva de Polo y Jorge Cortondo. Yugoslavia no la pasaba nada bien y terminó perdiendo 34-32 el primer tiempo.

En la segunda mitad, los aciertos de Monachesi y Cabrera hicieron que Bahía Blanca consiguiera una increíble ventaja de diez puntos (42-32). Tal vez con el orgullo herido, los europeos apretaron y se pusieron a tiro del empate. La fortuna se alió con los dueños de casa: se rompió una de las redes de los aros y hubo que cambiarla. Esa situación frenó el impulso de los campeones del mundo.

Los bahienses sacaron rédito de ese descanso obligado y fueron inteligentes para jugar el juego que más les convenía. Lograron escaparse nuevamente en el marcador y soportaron otro aluvión de su rival. Con poco más de dos minutos por delante, según lo indicaba el flamante tablero electrónico del gimnasio de Olimpo, Cabrera llevó las cifras a 75-71. Pero, enseguida, cometió su quinta falta personal y dejó la cancha, tal como un rato antes lo habían hecho Cortondo, Monachesi y Scheines.

La cobertura de El Gráfico de un triunfo inolvidable.

No quedaba más alternativa que aguantar. Y Bahía Blanca aguantó tanto que terminó derrotando al campeón del mundo por 78-75. Es verdad que al día siguiente se jugó la revancha y Yugoslavia se desquitó con un holgado 91-59. Fue un mero detalle. Porque la ciudad que todavía no sabía de Manu, Pepe y el Puma, pero ya admiraba a Beto, Polo y Fito había puesto de rodillas al mejor equipo de la tierra. Porque Bahía Blanca era la capital mundial del básquet.

 

Fotos de La Nueva Provincia, Nota de La Prensa

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