Aguafuertes Patagónicas

Roberto Arlt en Patagones, 90 años después. Muestra fotográfica, charla y presentación a cargo del escritor Carlos Espinosa

Cultura 12/01/2024 Hora: 13:24
Foto Infobae. Roberto Arlt y el libro de Carlos Espinosa.
Foto Infobae. Roberto Arlt y el libro de Carlos Espinosa.

Hace apenas 90 años, cuando Roberto Arlt estuvo en Patagones. Entre el 11 y el 14 de enero de 1934 en las páginas del diario “El Mundo”, uno de los más populares de la ciudad de Buenos Aires en esa época, se publicaron cuatro Aguafuertes Patagónicas escritas por el periodista, narrador y dramaturgo Roberto Arlt en referencia a las poblaciones de Carmen de Patagones y Viedma, sus paisajes, gentes y costumbres.

La descripción del ex hotel Percaz, menciones a las plazas Villarino y 7 de Marzo, comentarios sobre una bella empleada de la oficina de Correos, aquella frase famosa de que “Patagones es bonito como un beso de novia (en día de lluvia)”, el encuentro con un hombre rengo en la zona del puerto y la irónica observación de “los contemplativos de la calle Roca” son parte de las interesantes crónicas con la firma de Arlt.

Para conmemorar su paso por las calles de Carmen de Patagones, la Dirección de Cultura y la Biblioteca Pública Municipal de Patagones invitan a una charla del escritor Carlos Espinosa, este sábado 13 a las 19,30 en la Casa de la Cultura, Mitre 27.

Espinosa recopiló parte de las Aguafuertes Patagónicas en su libro “Roberto Arlt en la Patagonia”, editado hace diez años; y también es el autor del relato “Ese rengo de la calle del puerto de Patagones” (ganador de Medalla de Oro en los Juegos Bonaerenses 2023) que está inspirado en una de las crónicas del famoso escritor.

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En la actividad anunciada para este sábado se distribuirán folletines impresos con ese cuento y la ilustración del pintor, muralista e historietista Chelo Candia.

 

 

 

 

En 1928 hace su aparición El Mundo, “el diario moderno de la mañana” que tendrá, como es sabido entre su staff de colaboradores al periodista y escritor Roberto Arlt cuya columna titulada “aguafuertes porteñas” imprime en el periódico un sello particular. A partir del viaje surgen en las crónicas nuevos modos de representación que le permiten al escritor acortar la distancia entre los nuevos escenarios y los lectores del diario. En 1934 se publican en El Mundo las notas que documentan el recorrido de Arlt. Estas crónicas de viaje, fueron tituladas “Aguafuertes patagónicas”, compartimos con nuestro lectores dos escritos en Carmen de Patagones:

Vida portuaria en Patagones 2

Desde el océano Atlántico hasta el pueblo de Patagones, siguiendo a lo largo del río, hay siete leguas de distancia. Y estas siete leguas del Río Negro pueden ser navegadas por barcos de catorce y quince pies de calado, cabotaje que da una idea de la importancia de este cauce de agua, navegable aun cuarenta leguas hacia el Oeste.

De allí que Patagones cuente con un puerto, si puerto se puede llamar a un muro de mampostería del cual se desprenden dos malecones de travesados de quebracho donde atracan los buques. Junto a la base de los malecones, lujuriosos y verdes como loros, estallan los mimbrales. Al otro lado del río se extiende la costa de Viedma, empenachada de álamos tan prodigiosamente altos, que forman una muralla. El cielo aparece enrejado por romboidales entrecruzamientos de ramas.

Y frente al pueblo, corre la calle Roca.


Los contemplativos


Esta calle Roca, a la cual me refiero, está convenientemente adornada en su extensión de quinientos metros, de bodegones y vinerías. Entre vinería y vinería, levantan sus fachadas lisas de ladrillo, casas marineras, de dos pisos, con puertas que se abren en el espacio a galerías adornadas de tiestos de geranios. Grandes almacenes de ramos generales, depósitos de maderas, patios de suelo pavimentado de granito con torres de fardos de lana y agencias de navegación, se benefician en la orilla próspera, y todo se halla tan convenientemente pacificado que uno, recorriendo la calle referida, supone que se encuentra en un puerto para enfermos de los centros nerviosos y frenopáticos agudos; y para que se vea que mi apreciación no adolece de ligera ni de exagerada, contaré lo que vi, en términos medidos y serenos, como cuadra a un explorador correcto.

Al día siguiente de mi llegada a Patagones, me levanté temprano, ocho de la mañana, y cuando llegué a la dicha calle Roca, vi que los bodegueros recién retiraban las persianas de madera de las vidrieras y ventanas de sus boliches. Hecho que no tiene importancia alguna pues a las ocho de la mañana, este suceso ocurre en todos los parajes del mundo.

Lo que no ocurre en todos los parajes del mundo, y esto van a convenirlo conmigo, es que simultáneamente con los bodegueros que retiran los tableros de las puertas de sus casas, aparezcan otros ciudadanos en las puertas de sus domicilios y, munidos de sillas y bancos, se instalen en las veredas en grupos de dos o tres y comiencen a mirar cómo corren las aguas del río.

Y varios de aquellos ciudadanos eran tan cortos de mano, por no decir de genio, que en vez de traer el banco de su casa, entraban al bodegón y salían con una silla cuyo respaldar colocaban de manera que en él pudieran apoyar el brazo mientras la espalda la arrimaban a la pared.

Y me preguntaba si esta no sería una anormalidad, cuando tuve que retirar semejante presunción, en vista de que varios vinateros colocaban bancos de tabla con capacidad para tres o cuatro ciudadanos, en sus asientos. Y mientras yo abría la boca, pues era la primera vez en mi vida que asistía a semejante espectáculo portuario, llegó un hombre de una sola pierna, con dos muletas, y se ubicó de inmediato en un banco, y entonces no pude menos de acordarme de la Isla del Tesoro y del famoso pirata de una sola pierna y cara ajamonada. Me acerqué al insigne estropeado y le pedí permiso para sacarle una fotografía, a lo cual el hombre, imperturbable y magnánimo, me respondió:

-Por mí saque todas las que quiera.

De manera que si la foto no se ha velado, tendrán el gusto de conocer a uno de los contemplativos de la calle Roca.

Frente a otro establecimiento donde se vendía el jugo de uva convenientemente fermentado, descubrí un grupo de viejos de pelo amarillo, sacos azules y pantalones color canela. Contemplaban el río y, para no perder detalle alguno de él, comenzaban a mirarlo a las ocho en punto de la mañana, lo cual pinta muy a las claras el fervor que tienen los nativos de Patagones, por su hermoso Río de la Paz. Otra respetable cantidad de patagonenses permanecía sentada en un malecón, las piernas al aire, escupiendo al río, y siguiendo cada uno con la mirada su mancha de saliva, hasta que la perdía de vista. Y estos eran hombres mal entrazados que en otros puertos hubieran hombreado bolsas o muy pesados bultos, pero aquí estaban desde temprano dedicados a las arduas tareas de la contemplación, que requiere un temperamento entrenado, pues la contemplación no es una disciplina que se puede practicar de hoy para mañana, y sí requiere una larga práctica de dolce far niente, de flaca graduada y vagancia dosificada.

Y, como dije en notas anteriores, sólo un buque estaba cargando en el puerto, y era el «Toro», y para que peones de la barraca no tuvieran excesivo trabajo, lanzaban las bolsas encima de una vagoneta que arrastraba un caballo, y para que el caballo no se matara padeciendo noblemente en la vagoneta, esta corría sobre rieles lubricados, de manera que cuando me aparté del puerto no pude menos de echarle una sonrisa a un bodeguero que le estaba lavando la cara a su comercio. Tan poco tendría que hacer el hombre, que le lanzaba a la pared con una jarra volúmenes de agua para ablandar el engrudo de un inocente afiche durante la noche. Y cuando comenzó a raspar el papelote con un tremendo cuchillo, como para degollar a un gigante, un grupo de patagonenses formó un amplio círculo en redor de él y todos asombrados lo miraban cómo trabajaba. Y yo también.

 

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