DÍA DE LA SOBERÁNÍA PATAGÓNICA

7 de Marzo: El día que Patagones ganó una batalla increíble frente al Imperio de Brasil

Hoy se cumplen 197 años de la gesta histórica del 7 de Marzo de 1827. El pueblo maragato y el río Negro como aliado, vencieron a la marina imperial de Brasil en una lucha desigual.

Un Día Como Hoy 07/03/2024 Hora: 09:21
7 de Marzo: El día que Patagones ganó una batalla increíble frente al Imperio de Brasil
7 de Marzo: El día que Patagones ganó una batalla increíble frente al Imperio de Brasil

Un día como hoy, 7 de marzo, pero de 1827, tuvo lugar la batalla de Carmen de Patagones en Argentina, en el marco de la Guerra del Brasil.

Los habitantes de ambas márgenes del río Negro, se vieron envueltos en la guerra que nuestro país libró contra el lmperio del Brasil por la posesión del actual territorio uruguayo entre 1825 y 1828.
 
Carmen de Patagones era, hacia 1827, una pequeña población de alrededor de 900 habitantes enclavada en pleno territorio tehuelche.

Luego de años de infortunio, sus pobladores habían logrado una relativa prosperidad gracias a la explotación de las salinas que abastecían a los saladeros rioplatenses y a los que aquí se instalaron. Éstos impulsaron la expansión de la ganadería local mientras que el incremento del tráfico marítimo brindó mercados a la producción triguera. Por otra parte, el tradicional comercio con las poblaciones originarias se incrementó sensiblemente ya que proveían de ganado barato a los saladeros de la banda sur.

Tan promisorias condiciones atrajeron a agricultores, artesanos y a un reducido grupo de comerciantes y hacendados que se sumaron a los vecinos fundadores y sus descendientes.

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La mano de obra que sostuvo esa expansión fue aportada por alrededor de trescientos reos condenados a cumplir su condena en El Carmen. Además, se contaba con los “indios amigos” cuyos hombres se unían en las faenas rurales.

Entre 1825 y 1828, Patagones se vio envuelto en la guerra entre nuestro país y el Imperio de Brasil por la posesión del actual territorio uruguayo. El bloqueo del puerto de Buenos Aires por el enemigo, hizo de Patagones un puerto de corsarios a donde éstos conducían a los barcos mercantes brasileños apresados con mercancías de todo tipo y esclavos africanos. El enorme daño que se le infringía a la economía del Imperio indujo a Pedro I a arrasar El Carmen.

En 1826 los maragatos recibieron dos malas noticias: la inminencia de la invasión brasilera y la imposibilidad del gobierno central de enviar refuerzos militares. La angustia se apoderó de la población, pero el coraje y el amor a su tierra pudieron más y aquí se quedaron derrotando su propio temor.

El primer avistaje

El 25 de febrero la escuadra invasora ya estaba frente al río, aunque mar adentro y a la espera de tiempo propicio para dar el golpe al fuerte de Carmen de Patagones. Eran 2 corbetas, un bergantín y una goleta, con 613 tripulantes a bordo, de los cuales 400 pertenecían a la infantería del Imperio del Brasil. Del total de la tripulación, unos 250 eran anglosajones, mientras que el jefe y su segundo eran ingleses.

En la boca del río la defensa criolla hacía guardias desde que habían llegado las recomendaciones de alerta desde Buenos Aires. Esa mañana se observó una goleta de pequeño porte que, enarbolando una bandera norteamericana, se acercó a la barra para explorarla. Guillermo White sospechó que se trataba de alguna unidad brasilera y salió de inmediato hacia el fuerte a informar sobre la novedad. Para cuando el oficial enviado por el Coronel Martín Lacarra llegó al lugar, la goleta ya no estaba.

Ese solo avistaje obligó a Lacarra a movilizar a toda su tropa: 144 hombres de infantería (cien esclavos africanos tomados por los corsarios y 44 veteranos de la guarnición), un escuadrón de caballería que integraban 80 pobladores y 22 gauchos de las pampas bonaerenses, comandados por el baqueano José Luis Molina, un piquete de artillería y alrededor de 200 corsarios que se encontraban en ese momento en el puerto rionegrino.

La historia, en tanto, suele olvidar a los cientos de gauchos que el gobierno de la provincia de Buenos Aires había deportado a El Carmen y que estaban ocupados de peones en estancias y en los saladeros de la zona. Al siguiente día, el 26 de febrero, se vieron cuatro naves de gran porte tratando de superar la barra del río a la altura de la desembocadura.

Recién el 28 de febrero se produjo el primer enfrentamiento. Los invasores fueron recibidos con disparos de fusiles de la batería de la boca servida por un grupo del batallón de africanos libertos a cargo del corsario Fiori. El poderío armamentístico de los brasileros, sin embargo, resultó suficiente para destruir la batería de la boca. Patagones sufría así sus primeros muertos en la guerra: dos africanos y el propio Fiori. La Duquesa de Goyaz era una de las naves brasileras que llegaron a estas costas.

El desconocimiento sobre la marea la llevó a quedar varada antes de poder ingresar al río. A las pocas horas, las fuertes olas empezaron a destruir sistemáticamente la embarcación, mientras algunos tripulantes –que gritaban desesperadamente- comenzaron a ahogarse y otros fueron socorridos por la goleta Constancia que, sobrecargada, decidió desembarcar personal en la margen sur del río (actual Viedma).

Cuando parte de la tripulación se encontraba en tierra, una partida criolla hizo su aparición en el lugar y a fuerza de sable obligó a reembarcar apresuradamente a los brasileros, que en su afán por sobrevivir corrieron y dejaron diseminado por todo el terreno armamento y mochilas.

Recién el 6 de marzo los invasores hicieron su reaparición, en son de paz, pidiendo a los criollos un poco de carne fresca. Sin embargo, fueron rechazados en forma terminante.

El 7 de marzo, quienes estaban al mando de la invasión decidieron desembarcar 400 hombres pertrechados a unas 4 leguas del fuerte. Cerca de las 6 de la mañana aparecieron en la zona del Cerro de la Caballada, donde se podías dominar la visión del pequeño poblado. Desde el río, en tanto, las naves corsarias empezaron a disparar. Mientras que el comandante Olivera lanzó una carga de caballería que incendió el campo y venció a fuerza de sable a los invasores.

En medio de un desconcierto total, el comandante James Shepard a cargo de la fuerza de ataque ordenó la retirada hacia los barcos y en ese preciso momento cayó muerto de un disparo en el cuello, lo que provocó el desaliento y espanto entre los imperiales que fugaron masivamente con rumbo desconocido en medio del monte. Al fin del día se conoció la gran noticia: los invasores se rindieron.

Mientras todas las fuerzas terrestres y navales protagonizaban una admirable defensa, casi 100 africanos esclavos y las mujeres y niños de la población civil local custodiaron el fuerte, vestidos como soldados.

 

Detalles del combate del 7 de marzo

Serían las 6:30 de la mañana cuando las armas invasoras brillaron al sol sobre el cerro. Nuestros buques les asestaron sus cañones y si bien sus tiros no hicieron blanco por la situación de la columna brasileña sobre uno de los flancos del paraje, expresaron elocuentemente la energía con que se había preparado la defensa.

Olivera, en tanto, realizaba desde su posición una descarga de fusilería que dejaba agonizante, en el suelo pedregoso, al jefe de la expedición imperial, Capitán Shepherd. La columna, agotada ya por la larga marcha de la noche anterior y sedienta, viéndose sin jefe, sintió quebrada su moral y comenzó a retroceder buscando su salvación en la costa del río; pero Olivera, en formidable carga de caballería, la arrolló y quitándole el recurso del agua la metió en el monte que, envuelto en llamas, era un verdadero infierno. El arrojado subteniente mendocino, a cuyas órdenes peleaban el pueblo y los gauchos de Molina, se incorporaba ese día a los anales del Ejercito Argentino como una clara figura de epopeya.

En tanto esto ocurría en tierra, el comandante Bynon, viendo que la población no corría peligro ya, bajó sus naves en procura de la escuadra imperial, asaltando y rindiendo dos de sus tres buques: el bergantín Escudiera y la goleta Constancia. Sólo la Itaparica, la esbelta corbeta, quedaba por tomar; era el último reducto de los invasores, pues su tropa terrestre ya había rendido sus armas al atardecer.

Bynon marinó con tropa republicana a los dos barcos apresados y los incorporó a los cuatro vencedores: la Bella Flor (la capitana), del propio Bynon; la Emperatriz, de Harris; la Chiquinha, de Soulin, y el Oriental Argentino, de Dautant.

Con su escuadrilla así reforzada, el bravo marino galés se dirigió hacia al Itaparica y le intimó rendición. El comandante brasileño ordenó a sus hombres a responder a cañonazos; pero éstos no le obedecieron y debió rendirse sin otra condición que la de ser tratado como prisionero de guerra.

Tirados los ganchos y las escalas desde la Bella Flor, el primero que salta a la Itaparica es Juan Bautista Thorne, un valiente marino norteamericano, a quien correspondió también el honor de arriar el pabellón de combate brasileño.

Eran las 22 horas. Los postreros resplandores del incendio iluminaban el horizonte. Los cañones acallados, habían dejado un extraño silencio en el río y en los cerros, silencio que se hacía más profundo en el rítmico galopar de los cascos de un caballo. Era el mensajero de la victoria, Marcelino Crespo, un muchacho de 17 años que, en pelo, iba llevando al fuerte la noticia de la rendición de las tropas invasoras.

Hoy nos toca recordar los nombres de los gloriosos protagonistas de aquella hazaña. Los extranjeros Bynon, Harris, Soulin, Dautant, Thorne y toda la oficialidad y tripulación de la escuadrilla corsaria y los bravos negros y el oficial Fiori, cuya sangre regó el suelo patrio, y los criollos Olivera, Pereyra, el alférez Melchor Gutiérrez y Molina y sus gauchos y los pobladores de ambas bandas, cuyos apellidos Guerrero, Ocampo, Murguiondo, Pita, Araque, García, Cabrera, Guardiola, Crespo, Otero, Calvo, Ibañez, Pinta, Valer, Rial, Maestre, León, Martínez, Miguel, Román, Vázquez, Herrero, Bartruille, Alfaro, Alvarez, han servido para afirmar lo que puede un pueblo cuando se levanta en armas en defensa de sus libertades y de la integridad del solar nativo.

Siete banderas se tomaron a los invasores en al acción del 7 de marzo de 1827. El pueblo, henchido de entusiasmo y de agradecimiento, depositó los trofeos bajo la custodia de la Patrona, Nuestra Señora del Carmen, dos de los cuales aún se conservan en la Iglesia Parroquial de Patagones. Cuenta la tradición que Ambrosio Mitre, uno de los defensores cuando la invasión imperial, al día siguiente de ser depositadas las banderas en la capilla del fuerte, llevó a su hijo Bartolomé y a los pies de las mismas le hizo jurar eterno amor a la Patria.

Con información del Museo Emma Nozzi y APP noticias.

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