EL MISTERIO DE LA BELLEZA

El silencio entre las notas

Como dijo Mozart, a la hora de dar vida a una obra, el silencio es tan importante como las notas mismas. Por eso, el autor de este texto celebra que exista en el mundo esa belleza que, sin gritos ni estridencias, nos aleja del ruido que nos rodea.

Cultura 06/04/2024 Hora: 12:28
El silencio entre las notas
El silencio entre las notas

Por * Mauricio Koch

Escucho canciones de Carla Morrison. Dos en particular, muy conocidas, Te regalo y Disfruto. La voz de ella es dulce y cristalina (si me animo a usar estos adjetivos tan ñoños es precisamente por lo que intentaré explicar en las siguientes líneas). Carla Morrison jamás grita, jamás desafina y jamás alardea de su instrumento, cosa que podría hacer porque potencia y color, brillo y matices le sobran. Pero ella prefiere no hacer piruetas, no le interesa impresionar a nadie. Es amable. Canta. Se limita a eso. Y se nota que la pasa bien cantando.

Tanto o más que su voz, me atraen las letras de las canciones, que están compuestas por ella y son muy simples. Esa simpleza es precisamente lo que me atrae. Dicen cosas como: “Te regalo mis piernas / recuesta tu cabeza en ellas” o “No te fallaré / contigo yo quiero envejecer”. Podría pensarse que esas letras previsibles y hasta cursis están vivas y emocionan porque las canta ella. Pero no es solo por eso. Hay algo en la forma de nombrar las palabras, en ese fraseo pausado, que (me) conmueve. Algo genuino (sí, genuino. Y no lo puedo explicar, ni voy a hacer el esfuerzo: se siente). Esas palabras simples, esos perfectos lugares comunes dejan de serlo cuando pasan a través de ella, cuando ella los nombra. Es como si Carla Morrison tuviera la virtud de infundirles vida nueva a palabras gastadas por el uso. Y por eso, luego de escuchárselas a ella, podemos permitirnos volver a usarlas sin miedo. Decir, por ejemplo: Quiero darte un beso / perder contigo mi tiempo o Déjame jugar contigo / Déjame hacerte sonreír…

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En este tiempo donde todo es ruido y vértigo, donde pareciera que la única opción para ser escuchados es gritar más fuerte que el de al lado, y gritan todos y en todas partes, en la Casa Rosada, en el Congreso, en la televisión, en las redes sociales, en la calle, en las reuniones familiares, y además de gritar hablan largo y gesticulan, dicen muchas veces la palabra yo y todo el mundo quiere imponer su razón, y también gritan y hablan largo y hacen gestos ampulosos los llamados artistas, Carla Morrison es una verdadera rareza.

Por suerte no está sola: Carlos Battilana es también un poeta del silencio, alguien que construye su voz y sus versos con ramitas del jardín o con pasos leves sobre la arena de una playa solitaria. Y, como Carla Morrison, no parece tener apuro. “Toco a mi mujer. Nos besamos, rastreamos en la piel el punto ignorado de la felicidad. Hallamos tramos de la infancia en la saliva, en la oscura ternura de nuestro abrazo, y el deseo se circunscribe a tomarnos de la mano como dos personas que se acarician amorosamente, que comprenden el lapso pequeño que los días les han asignado”, escribe.

 
Poetas o cantantes así, son pequeños oasis. Y vuelven absurda, al menos para mí, la pregunta sobre la utilidad o inutilidad del arte, porque me vinculan con algo tan esencial como el oxígeno. No exagero. Baudelaire lo dijo mucho mejor: “Es imposible para un ser humano mantenerse vivo sin una visitación diaria, aun cuando fugaz, aun cuando inconsciente, de la poesía. No sabemos qué es, pero nos reconocemos en ella”.

Debe ser eso, sin duda.

Quizás sea inevitable el ruido, quizás sea necesario incluso, pero me atrevo a decir que el problema está y nos daña cuando “lo otro” no aparece, ahí sí hay algo que se rompe, un canal que se corta, a veces para siempre. No tengo la pretensión de lo sublime, ni quiero darle la espalda a la realidad, trato de decir esto en términos bien mundanos y concretos, pero sin dejar de mencionar esa necesidad y esa felicidad que siento cuando escucho esas canciones o leo ciertos poemas. Es un escape, sí, pero un escape del que depende mi salud. Y estoy seguro que no solo la mía.

Hablo en serio.

Me acuerdo ahora de algo que Juan Villoro, el novelista mexicano, dijo de Juan Rulfo, el autor de Pedro Páramo: “Rulfo hacía música con la escasez. Los mejores pasajes de esa novela son pasajes donde hay pobreza de vocabulario. Rulfo repite las mismas palabras una y otra vez. No busca sinónimos. Usa las palabras como guijarros, nos habla de palabras que no suenan mientras está haciendo que suenen. Juan Rulfo utiliza el lenguaje desde la escasez para producir abundancia de sonido”.

Abundancia de sonido desde la escasez, silencios precisos, una voz que por momentos parece un susurro, una canción de cuna o un hilo de agua que fluye manso entre las piedras. No hacen falta tantas notas, ni es necesario gritar o ir demasiado rápido. Pero hacer lo contrario tampoco es suficiente. No sé dónde está el secreto, sólo sé que sucede. El talento lo hace posible. Y algo más, esencial: el misterio. Ese misterio profundo e insondable que llamamos belleza y que no podemos definir, pero reconocemos cuando acontece.

 

*Nota escrita por Mauricio Koch, publicación original Sophia Online 

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